Dejarse caer

#Devocional

Cuando era niña jugábamos a ponernos rígidos como una tabla y dejarnos caer de espaldas en los fuertes brazos de un adulto situado detrás de nosotros. Es curioso, pero a pesar de las muchas veces que lo vi y lo hice yo misma, me resultaba difícil no doblar las rodillas ni hacer ningún otro acto reflejo en el último momento para evitar la caída. Simplemente tenía que dejarme caer, sin acobardarme, venciendo mis impulsos naturales y mis reflejos. Era necesario que confiara sin reservas en la persona que estaba allí para evitar que cayera al suelo.

Entre las personas de fe se habla a menudo de apoyarse en Jesús. Hay un himno clásico que nos insta a apoyarnos en Sus brazos eternos. La idea es apoyarse en Él al enfrentarse a penalidades y apuros. Yo lo he hecho mucho. Y he descubierto que Él es fuerte y estable, y una fuente inagotable de energías y consuelo. Me apoyé mucho en Él durante los largos y difíciles años en que mi marido padeció una enfermedad que puso en riesgo su vida. Y me apoyé aún más cuando me tocó librar una dura batalla contra el cáncer. En ningún momento dejó el Señor de sostenerme. Aun cuando se me hacía muy difícil, Él me levantaba y me llevaba en brazos.

Hace poco viví otra época penosa que me sumió en la desesperación, una época tan lóbrega y sombría que no podía sentir la presencia de Jesús ni verlo obrar en mi vida. Tenía la certeza de que estaba presente, pero ¿por qué lo percibía tan distante? Me veía como extendiendo los brazos hacia Él implorándole amor, fuerzas y aliento vital. Entonces, en respuesta a mi sentida oración, oí Su tierna voz que me decía: «Si no me ves ni alcanzas a tocarme es porque no estoy frente a ti, sino detrás. Te envuelven Mis fuertes brazos, te sostienen desde atrás. Basta con que recuestes la cabeza sobre Mi hombro y descanses. No extiendas los brazos. No te esfuerces por buscar Mi presencia. Simplemente reposa en Mis brazos eternos».

La tremenda paz que me invadió en ese momento caló hondo en mí. En los duros meses que siguieron me apoyé en Jesús como nunca. Es difícil explicarlo, pero era una forma distinta de apoyarme, más completa.

La situación se tornó aún más complicada. Contraje una enfermedad crónica que me debilitó, y a veces el dolor hacía estragos en mí. En esa época difícil en que carecía de fuerzas propias, oí de nuevo la suave voz de Jesús diciéndome: «Relájate y confía en Mí sin reservas. Déjate caer en Mis brazos, como cuando jugabas de niña».

Fue una experiencia muy vívida, y vi proyectarse en mi cabeza unas secuencias en cámara lenta. Me encontraba en medio de una intensa tormenta, en la cima de una montaña de pesares. Extendí los brazos, me incliné hacía atrás y me dejé caer en total abandono, con plena confianza. Poco a poco fui saliendo de aquel paraje signado por el dolor y la tempestad para caer en brazos de Jesús. Sentí que caía suavemente, envuelta en amor, y me encontré flotando en una oscuridad hermosa, tranquila, salpicada de estrellitas. Podría llamarlo espacio, pero no era un lugar vacío. Estaba lleno de vida, y por su sola naturaleza me llenó de valor y de fe.

Sentí que me elevaba, cada vez más, muy por encima de las montañas. El viento fresco me soplaba en la cara. Volaba en las alas del viento. Recordé el versículo que dice: «Los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas» (Isaías 40:31, NVI). Recuperé la alegría, y mi espíritu cobró nuevas fuerzas. Fue increíblemente estimulante y reconfortante.

Luego oí de nuevo la voz de Jesús: «Este es tu espacio de libertad. Cuando tu cuerpo esté cautivo en el lecho del dolor, deja volar tu espíritu. Déjate caer en Mis brazos. Suéltate y déjate caer».

De repente, el concepto de apoyarse en Jesús cobró para mí un nuevo sentido. Aprendí a dejarme caer relajadamente sabiendo que me recogerían Sus brazos. ¡Fue una experiencia inolvidable!

Pese a todos los conocimientos y experimentos científicos, todavía no se ha inventado una píldora que nos confiera paz interior en cualquier circunstancia. En el mercado no existe una poción mágica para un alma sumida en la desesperanza, ni un reconstituyente para un espíritu agobiado por una carga insoportable.

Yo me he visto en esa situación, y he descubierto esa paz. Aunque exteriormente sigo igual, mi alma se sanó; me libré del dolor interior, que es más difícil de soportar que el físico. ¡Soy libre!

Romanos 10:9 (NVI) que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo.

Romanos 5:12 (NVI) Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron.

Lucas 14:23 (NVI) Entonces el señor le respondió: “Ve por los caminos y las veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa.

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