¿Honrado O Bondadoso?

Bondad es una palabra de amplio sentido y, como muchas, fácil de teñir o malinterpretar. Significa tanto «inclinación natural a hacer el bien» como «dulzura y amabilidad de carácter», sentido que linda con el de bonachería.

Un amigo me señaló hace poco un versículo que arroja luz sobre el asunto. En su carta a los Romanos, Pablo dice: «Casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena». La frase me quedó dando vueltas en la cabeza.
¿En qué se distingue una persona honrada o recta de una buena o bondadosa? La primera muestra integridad moral y obra con rectitud; es decir, se adhiere respetuosamente a la letra de la ley. La buena, en cambio, va más allá de lo que marca el deber. Me recuerda a esas personas que dicen: «Yo no le hago mal a nadie», y que, sin embargo, nos dejan la duda: «¿Harán el bien?»

Pienso que la bondad es integridad combinada con un interés sincero en los demás. Ahí viene a cuento el refrán: «La bondad, quien la tiene la da». O sea, que la bondad no se tiene dentro, sino que se expresa.

Ahora bien, es imposible ser buenos si no nos motiva el amor de Dios. En cambio, animados por él podemos ir mucho más lejos, influir positivamente en nuestro entorno y dejar huella. Por supuesto que el único realmente bueno es Jesús. No obstante, Él espera que lo imitemos y que dentro de nuestras humildes posibilidades procuremos amoldar nuestra vida y nuestros actos a los Suyos. Él mismo señaló: «El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien». Si atesoramos Su bondad y Su amor, los podremos compartir desinteresadamente con los demás y hacer el bien sin mirar a quién, como reza otro refrán.

Romanos 5:7 (NVI) Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena.

Gálatas 6:10 (NVI) Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.

Juan 18:36 (NVI) —Mi reino no es de este mundo —contestó Jesús—. Si lo fuera, mis propios guardias pelearían para impedir que los judíos me arrestaran. Pero mi reino no es de este mundo.