LAS MANOS DEL MAESTRO

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Una madre llevó a su hijo, que apenas se iniciaba en el arte de tocar el piano, a un concierto del afamado pianista Jan Paderewski. Una vez que el acomodador los hubo conducido a sus asientos, la señora vio a una amiga suya entre el público y fue por el pasillo a saludarla. El niñito aprovechó aquel descuido para explorar los secretos del teatro y terminó metiéndose por una puerta en la que decía: «PROHIBIDA LA ENTRADA». Cuando se apagaron las luces de la sala e iba a comenzar el concierto, la madre volvió a su butaca y descubrió que su hijo no estaba.

De golpe se abrió el telón, y las luces iluminaron un impresionante piano emplazado en el escenario. Horrorizada, la madre vio a su hijo sentado frente al teclado, tocando inocentemente Estrellita, ¿dónde estás? En ese momento hizo su aparición Paderewski, quien se acercó rápidamente al piano y le susurró al niño al oído:
—No pares. Sigue tocando.

Paderewski se inclinó entonces y con la mano izquierda añadió un bajo. Luego extendió el brazo derecho por el otro lado del niño y agregó una tercera parte. Juntos, el viejo maestro y el chiquillo novato transformaron una situación que pudo haber sido embarazosa en una experiencia increíblemente creativa. El público quedó cautivado.

Lo mismo sucede con nuestro Padre celestial. Por nuestra cuenta no podemos lograr nada muy destacado. Aunque nos esforzamos, no conseguimos producir música armoniosa. Sin embargo, cuando intervienen las manos del Maestro, la obra de nuestra vida puede tornarse francamente hermosa.

La próxima vez que te propongas acometer algo grande, escucha atentamente. Oirás la voz del Maestro, que te susurrará:
—No pares. Sigue tocando.

Sentirás a tu lado Sus amorosos brazos y sabrás que, con Su acompañamiento, tus torpes tentativas darán lugar a obras maestras. Recuerda que Dios no llama a los dotados; más bien dota a los llamados. En tanto que te esmeres por hacer lo que Él sabe que es más apropiado, siempre estará a tu lado para amarte y conducirte a grandes cosas.

Cuanto más nos dejamos llevar por Dios, más nos convertimos en nosotros mismos, porque Él nos hizo. Él nos inventó. Inventó todos los tipos de personas que estábamos destinados a ser. Cuando me vuelvo hacia Cristo, cuando me entrego y adopto Su personalidad, por primera vez adquiero una verdadera personalidad propia. C. S. Lewis (1898–1963)

1 Juan 4:8 (NVI) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.

Romanos 8:37-39 (NVI) Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

Juan 3:16 (NVI) »Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.

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