UNA AMIGA DE VERDAD

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Cuando era adolescente estaba convencida de que me las sabía todas. Aunque me sentía muy insegura, tenía opiniones sobre todo, opiniones tajantes. En retrospectiva, me da pena por mis padres. No me cabe duda de que les di mucha guerra, sobre todo durante la adolescencia. No me gustaba que fueran más estrictos que los de otros jóvenes. Eso me llevó a alejarme de ellos, como hacen muchos chicos a esa edad.

Estaba segura de que no me entendían, y en realidad así era. Ninguno de mis hermanos mayores se había sentido como yo. Yo lo cuestionaba todo, y me costaba acatar las reglas. Sin embargo, por fuerte que fuera mi carácter, lo único que deseaba era encontrar a alguien que realmente me comprendiera.

Una vez asistí a una reunión en la que yo era la única joven. Mientras las personas mayores conversaban en pequeños grupos, me senté sola en un rincón a observar. En eso se acercó una señora llamada Joy, y nos pusimos a charlar. Al cabo de un rato le abrí el corazón y le conté mis cuitas. Pensé que me iba a sermonear, pero no hizo otra cosa que escucharme. Con su actitud me dio a entender que se interesaba por mí. En ningún momento me puso en mi lugar ni trató de hacerme cambiar de opinión; simplemente procuró comprenderme.

A raíz de esa conversación nació entre nosotras una amistad que duró siete años, hasta que ella falleció. Me apoyó tanto en la fortuna como en la adversidad. Dábamos caminatas juntas y a veces nos escribíamos notitas sobre cosas que nos resultaba difícil decirnos en persona. Aun cuando se trasladó a otra ciudad, lejos de donde yo vivo, nos mantuvimos en comunicación por teléfono y por correo electrónico. Buena parte de esos siete años ella estuvo tan enferma que la muerte la acechaba en todo momento. Sin embargo, nunca la oí quejarse. Siempre estaba chispeante y se interesaba profundamente por los demás.

Ella me hizo ver algo importante: que mi personalidad no tenía nada de malo. Al mismo tiempo me enseñó a procurar entender los sentimientos de la gente, a no prestar tanta atención a las apariencias y a veces ni siquiera a las palabras que se dicen, a aceptar a las personas tal como son y manifestarles amor incondicional. Aunque damos la impresión de ser muy diferentes unos de otros, en el fondo no es así: todos ansiamos el cariño, la comprensión y la aprobación de los demás. Cuando alguien ve nuestra necesidad y la satisface, nos transformamos.

Proverbios 18:24 (NVI)
Hay amigos que llevan a la ruina,
y hay amigos más fieles que un hermano.

Eclesiastés 4:9-12 (NVI)
Más valen dos que uno,
porque obtienen más fruto de su esfuerzo.
Si caen, el uno levanta al otro.
¡Ay del que cae
y no tiene quien lo levante!
Si dos se acuestan juntos,
entrarán en calor;
uno solo ¿cómo va a calentarse?
Uno solo puede ser vencido,
pero dos pueden resistir.
¡La cuerda de tres hilos
no se rompe fácilmente!

Juan 15:13 (NVI) Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.

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