El lugar de reposo

#Devocional

Aunque normalmente disfrutaba del viaje a la ciudad en mi Vespa, ese día no presté atención al bello paisaje ni al cielo despejado. Los dos meses anteriores habían sido muy ajetreados. Juntamente con un colega me había estado esforzando por atender todos los aspectos de nuestro voluntariado mientras el resto de nuestro grupo estaba de viaje. Acababan de retornar, pero en lugar de tener unos días de esperado descanso, la carga de trabajo se había multiplicado.

«Me merezco un descanso —me dije a mí misma—, pero no me hago muchas ilusiones.» Envuelta en una nube de autocompasión, no vi la motocicleta que me embistió a gran velocidad.

En estado de shock, me levanté y empujé mi Vespa hasta un taller ubicado a poca distancia. El dueño —que había oído el ruido de choque— salió presuroso a ayudarme y a ver si tenía alguna lesión.

—Debería ir usted al hospital a que le revisen la mano —me dijo.

Bajé la mirada y me di cuenta de que con una mano me estaba tomando la muñeca de la otra. Al cabo de unos minutos el dolor se intensificó.

Camino del hospital apretaba los dientes. Nunca había sentido tanto dolor. Pensé que me había fracturado la muñeca.

Mientras esperaba en la sala a que me revisaran, cerré los ojos y traté de abstraerme de todo por un momento.

—Jesús, ¿por qué sucedió esto? —recé.

En cuanto formulé la pregunta, me vino la respuesta.

—Has estado empeñada en hacer Mi obra sin Mi poder. Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11:28,29).

Me había enfrascado tanto en mi trabajo que había descuidado mis ratos con Él. Pensaba que necesitaba tiempo para mí cuando en realidad lo que me hacía falta era pasar más tiempo con Él para recuperarme y renovarme espiritualmente.

—Lo siento mucho, Señor —respondí—. Te ruego que me sanes la muñeca.

La radiografía no mostró ninguna lesión grave, y el médico me diagnosticó un esguince agudo.

El entablillado que tuve que llevar en la muñeca durante dos semanas me recordó constantemente que no debía apoyarme en mis propias fuerzas, sino pasar más tiempo con Jesús, sacar fuerzas de Él y darle mayor cabida en mis planes y en mi trabajo. Como era lógico, todo se hizo más fácil y más suave. A pesar mi lesión en la muñeca, mi productividad no mermó; antes hice más progresos y con menos estrés.

Ahora procuro no dejar pasar un solo día sin dedicar un rato a Jesús.

1 Tesalonicenses 5:17 Oren sin cesar.

Salmos 62:5 Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza.

Salmos 46:10 «Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios. ¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!»