#Devocional
Casi todos en algún momento nos vemos afectados por el complejo de inferioridad: nos comparamos con los demás y quedamos mal parados. Tal y tal persona es más alta, o más esbelta, o más fuerte, o más inteligente, o más ágil, o más simpática. Tal otra nos gana en destreza, o resuelve los conflictos con facilidad mientras nosotros nos ahogamos en un vaso de agua. Es el síndrome de la gallina de la vecina que pone más huevos que la nuestra. Y así acabamos por menospreciarnos. Vano ejercicio que sólo conduce a la baja autoestima.
Algunos batallamos con algún detalle que nos incomoda. Para otros es una enfermedad crónica: constantemente luchan contra esa sensación de que otras personas son más talentosas o atractivas, o gozan de más privilegios.
La verdad es que Dios no se fija en nuestros defectos: que si tenemos la nariz muy larga o muy chata, que si somos despistados, que si trastabillamos al hablar, que si esto o si lo otro. Para Él esas cosas son intrascendentes. Dice la Biblia que el hombre mira las apariencias, pero Dios se fija en el corazón. Además, Él se deleita en la variedad; y en la variedad, cómo no, está la belleza. ¿Qué pasaría si todos fuéramos como tal y tal actriz, o tal y tal actor? Otras cosas tiene la persona más de ser hermosa, enseña el refrán.
Dios busca y valora en nosotros las cualidades morales y espirituales más profundas: el amor que abrigamos por el prójimo, la sensibilidad que demostramos ante los problemas de otros seres humanos, nuestra capacidad de compromiso, nuestro espíritu de lucha, nuestra fe y tantas otras. Desde Su óptica, eso es lo que importa.
Mientras nos persiguen los complejos de inferioridad, Dios, que nos ama como nadie, se desvive por decirnos: «Te quiero tal como eres. Si algo de ti necesita cambiar, te lo haré saber, y te ayudaré a arreglarlo. Por el momento, relájate, y no pretendas ser lo que no eres». ¡Qué felices seríamos si le creyéramos sin chistar!
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Filipenses 4:8-9 (NVI) Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. Pongan en práctica lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto en mí, y el Dios de paz estará con ustedes.
Mateo 16:26 (NVI) ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?
1 Juan 4:19-21 (NVI) Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano.
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