Escucha:
Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (Hebreos 12:7)
Piensa:
¿Alguna vez ha visto usted a un padre agarrar firmemente a un niño travieso y llevarlo adonde debe estar? A veces, nuestro Padre celestial también debe emplear mano fuerte con nosotros. Aun como creyentes, somos un pueblo rebelde y propenso a descarriarnos. Pero cuando nos alejamos del camino, Dios nos ayuda a volver a la senda de la rectitud.
La mano guiadora del Padre celestial está siempre sobre sus hijos. Pero cuando los creyentes caen en el pecado y la rebelión, su mano nos aprieta. Llamamos “convicción de pecado” a esa presión sobre nuestro corazón y mente. Al inculcar en nosotros que esta acción, actitud o pensamiento no está en consonancia con que lo somos en Cristo, el Espíritu Santo nos concientiza de nuestra falta. La convicción tiene el propósito de mostrar a los creyentes la clase de relación que tienen con Dios. Si usted se ha salido del camino, ¿no quisiera saberlo para poder volver al centro de la voluntad de Dios lo más pronto posible?
La disciplina puede ser dolorosa y tener un alto precio, especialmente cuando hemos opuesto resistencia a la presión de la convicción. No obstante, cualquier padre sabio le dirá que vivir con las consecuencias de una conducta imprudente enseña a los niños valiosas lecciones en cuanto a lo correcto y permisible.
Abandonado a su suerte, el hombre se destruirá a sí mismo yendo tras placeres y deseos egocéntricos. Dios tiene un plan mejor para nosotros: dirigirnos hacia la libertad perfecta en Cristo, guiados por su tierna mano. Cuando nos desviamos, Él aprieta su mano y nos hace volver al buen camino.
Ora:
Señor, guíame con Tu amor firme y llévame de Tu mano si me desvío del camino que quieres que recorra.
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