12 de Enero: Labios protegidos

Escucha:

Aparta de ti la perversidad de la boca, Y aleja de ti la iniquidad de los labios. (Proverbios 4:24)

Piensa:

Las palabras son poderosas. Pueden herir el espíritu de otra persona y frecuentemente dejan cicatrices permanentes. Pueden sembrar semillas de
corrupción en mentes inocentes o indecisas. Pueden manchar buenas reputaciones y pueden frustrar buenos planes. Pueden conllevar una bendición profunda; pero también pueden conllevar una poderosa maldición.

Cierto día, Pedro aprendió acerca del poder de las palabras. «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente», le dijo a Jesús (Mateo 16:16). Esas fueron palabras potentes. La iglesia se edificaría sobre esa declaración. Sin embargo, momentos después, Pedro contradijo la voluntad de Dios con una reprensión irreflexiva al Señor. Sus palabras fueron una piedra de tropiezo, un producto del reino de la oscuridad. Fueron corruptas de una manera en la que no muchos de nosotros lo consideramos; no reflejaron la realidad de Dios.

¿Nos dice Proverbios que evitemos simplemente las vulgaridades en nuestro lenguaje? Probablemente no. Hay muchas formas de corrupción y de perversidad, además de las vulgaridades groseras: chismes, engaño, charlas tontas, rumores, negatividad, amargura, insultos y más. Todo eso contradice la verdad revelada de Dios. Va en contra de la corriente de su voluntad. En un sentido muy real, denigra y distorsiona la realidad y la belleza del reino de Dios y de su carácter.

Las Escrituras nos dicen que eliminemos el lenguaje irrelevante e inadecuado. Nuestras palabras conllevan cierta cantidad de poder con ellas, ya sea
para bien o para mal. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que conlleven el poder que edifica y no el que derriba; que refleja gloria y que no corrompe la imagen de Dios; que honra la verdad y no la falsedad. ¿Proteges tu boca? Muchos pasajes de las Escrituras nos advierten sobre la importancia de hacerlo. La lengua no es un arma pequeña. Ejerce un poder del que pocos de nosotros nos damos cuenta. Úsala de manera honorable y con sumo cuidado.

La sabiduría es saber cuándo hablar con franqueza y cuándo tener cuidado con lo que dices.

Ora:

Señor, protege mis labios y lléname con Tu sabiduría para que mis palabras sean un instrumento de bendición a otros y siempre un medio para Tu honra y gloria. Amén.

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