Escucha
“Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error. Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Juan 4:6-7)
Piensa:
Existe una profunda relación entre el amor y el conocimiento: ¿Cómo podemos enterarnos de todos los detalles de alguien o de algo si no tenemos por eso una estima genuina y real? Si amamos un lugar, queremos explorarlo cada centímetro. Cuando amamos a alguien es seguro, que conocemos de esa persona sus gustos, preferencias, imperfecciones y de allí ganamos en confianza para expresarle nuestras experiencias, actitudes y hasta fallas.
No obstante ocurren situaciones en los que tememos permitir que otros nos conozcan, porque a su vez, podemos sentir que al revelarle lo que somos, podríamos terminar siendo rechazados.
Junto a Dios en esta relación de amor y conocimiento, existe una gran diferencia: No debemos preocuparnos por nuestras imperfecciones, porque su amor es infinitamente superior al de nosotros. Romanos 5:8 nos dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Es más Él mismo se nos da a conocer. Por medio de las escrituras y de Jesuscristo, El Señor nos revela su verdadero carácter y su amor.
El Señor se abre a nosotros como el Padre misericordioso que es. Así nos ama, a pesar de nuestros errores y en ese amor podemos confiarle nuestras fallas sin nada que temer. Por esta razón conocer a Dios es amarlo y amarlo implica en consecuencia conocerlo, a través de su palabra, cumpliendo la misma con fe, día a día.
Ora:
Señor, dame la sabiduría para cada día conocerte y entenderte a través de tu palabra. Permíteme hoy agradecerte mediante mi obra, no la bendiciones que has traído a mi vida, sino tu amor que es el que las ha hecho posibles. Ese amor que es abundante, indispensable y suficiente, para en cualquier situación, mantenerme. Amén.
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