Escucha:
¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. (Salmos 42:5)
Piensa:
Durante una tregua en la guerra civil de los Estados Unidos cuando los ejércitos hostiles estaban malhumorados, situados uno frente al otro con un campo de por medio, un pajarito color café se elevó de repente de entre las hierbas altas y se lanzó hacia el firmamento. Allá, como una simple mancha en el azul del cielo, derramó la corriente de su música, de la cual sólo la alondra tiene el secreto. Y los ojos severos se llenaron de lágrimas y los corazones duros se volvieron compasivos y tiernos. Había un Dios que cuidaba de ellos. Había esperanza para los hombres.
La esperanza es como la alondra en el campo de batalla. No cantará en una jaula dorada. No se remontará en un ambiente de lujo. Pero las almas valientes que se exponen sin temor a favor de Dios y de sus hermanos en el campo de batalla de la vida escuchan la canción del Señor, caminan en su presencia victoriosa, regocijan sus corazones en Su amor incondicional y producto de esas dádivas maravillosas que sólo Él, en su gracia infinita nos provee, se fortalecen y se alegran, en cada paso del sendero que transitan.
Se sabe que las personas que se aferraron a la esperanza, aparentemente con muy poco que esperar, dijeron:
“Entonces nuestra boca se llenará de risa . . . Seremos como los que sueñan.” Y fueron como los que sueñan y la alegría tomo cuentan de sus rostros.
La marea puede bajar, el viento puede cambiar. ¡No es la primera vez que del accionar grandioso de Dios en nuestra vida, ha surgido alguno nuevo, siempre para nuestro bien!
Ora:
Señor, que mi esperanza no desfallezca ante los embates de las pruebas de la vida, sino que por el contrario Te encuentre en ellas, batallando conmigo e intentando hablarme y mostrarme el camino que me rendirá el mayor bien. Que sea siempre Tu voluntad Padre, y no la mía. Amén.
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