Escucha:
El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca. (Lucas 6:45)
Piensa:
Aunque nuestros círculos de influencia varían de tamaño, todos tenemos el poder de influenciar a otros para bien o para mal.
Daniel no tenía el propósito de impresionar o influenciar a los demás, pero algo de su personalidad afectaba a todos los que tenían contacto con él (Daniel 1:21), desde los servidores más humildes hasta reyes de imperios. Lo que hacía distinguir a este joven era su compromiso con sus convicciones. Creía en la verdad absoluta de las Escrituras. Cuando fue llevado a Babilonia, se “propuso” no contaminarse con la comida del rey, porque sabía que comer carne ofrecida a los ídolos estaba prohibido por la ley mosaica.
Eran las convicciones de Daniel, no su entorno, las que determinaban su conducta. Nuestro mundo ofrece multitud de maneras de transigir en lo que sabemos que es correcto, pero si decidimos seguir nuestras convicciones, también podremos mantenernos firmes en obediencia a Dios. Aunque este mundo incrédulo puede burlarse de nuestros valores y estilo de vida, su respeto por nosotros disminuye cuando vacilamos y cedemos a las tentaciones. Y lo peor es que nuestro testimonio como seguidores de Cristo se ve destruido.
La convicción en cuanto a la verdad de Dios es como un ancla. Cuando soplen los vientos de la opinión, y las olas de la tentación nos golpeen, podremos saber con certeza la forma correcta de responder. No vacile en su obediencia al Señor. Su firme posición en defensa de lo correcto podrá influir poderosamente en los demás. La convicción en cuanto a la verdad de Dios es como un ancla.
Ora:
Señor, permíteme llevado por Tu verdad y Tu guía, dejar una huella positiva en todos aquellos con los que tenga contacto, este y todos los días.
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