Escucha:
“Abundante lluvia esparciste, oh Dios; A tu heredad exhausta tú la reanimaste” (Salmos 68:9)
Piensa:
Las plantas necesitan agua para brotar, crecer y dar fruto. Sin este suministro del cielo, pronto pierden su vigor y mueren en medio de la sequedad.
Como ellas, también necesitamos ser regados por Dios para generar buenos frutos y soportar el calor de las tribulaciones. Solo cuando estamos cerca de Él, podemos obtener la firmeza de un árbol plantado junto a las aguas: “Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará” (Salmos 1:3). Estamos satisfechos y podemos calmar la sed de esos fuegos de la vida que atacan nuestro bosque, porque quien bebe de su agua no volverá a tener sed. Por el contrario, el agua que Cristo ofrece se convierte en nosotros en una fuente que brota para la vida eterna (Jn 4, 13-15). Podemos incluso enfrentarnos a los desiertos de esta vida, pero dentro de nosotros hay un continuo refrigerio, que es la presencia del Señor, la cual puede hacernos soportar esas altas temperaturas.
Si te enfrentas a la aridez en algún área de la vida y deseas cambiar esta situación, llama a Dios y pídele el agua viva que viene del cielo. Se complace en proporcionarnos alivio y en derramar bendiciones en tierra firme. Pídele hoy al Señor que renueve en ti, la frescura de su santa presencia y haga inquebrantable, tu fe.
Ora:
Padre, riega mi corazón hoy con tus abundantes bendiciones y renueva mis fuerzas para el arduo viaje de enfrentarme a situaciones apremiantes, dificultades y obstáculos, que aún siendo normales en la vida, son barreras que pueden alejarme de Tu camino. Que sea yo, siempre, tierra fértil para dar buen fruto por y para la gloria de tu nombre.
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