Escucha:
Por el camino de la sabiduría te he encaminado, Y por veredas derechas te he hecho andar. Cuando anduvieres, no se estrecharán tus pasos, Y si corrieres, no tropezarás. (Proverbios 4:11-12)
Piensa:
La fuente más evidente de sabiduría divina es la Biblia. No se puede pensar en un asunto o circunstancia de la vida en los que la Palabra de Dios calle. Sus preceptos se aplican a todas las situaciones y decisiones que enfrentamos los seres humanos.
Todos podemos recordar los tiempos cuando no respondíamos con sabiduría. Eso puede atribuirse a una de estas dos posibilidades: o no conocíamos un cierto precepto bíblico, o lo conocíamos pero decidíamos ignorarlo. Para asegurarnos de estar familiarizados con las normas de Dios y con la importancia de obedecerlas, tenemos que profundizar en su Palabra.
Supongamos, por ejemplo, que al llegar usted a su trabajo un compañero le agrede verbalmente acusándole injustamente de un error costoso. Su carne y el mundo quisieran que usted le respondiera del mismo modo, con ira y animosidad. Pero Lucas 6.27-29 propone una actitud diferente, como la siguiente: “¿Hay algo más que quieras decirme? Gracias por decirme cómo te sientes” (dicho con gentileza).
El conocimiento viene de aprender los preceptos bíblicos, la sabiduría tiene que ver con su aplicación. El Señor nos advierte que guardemos su Palabra en nuestro corazón y en nuestra mente, para que podamos obedecer sus mandatos (Sal 119.11; Pr 8.33).
La sabiduría se adquiere cuando nos dedicamos al cultivo de una vida cristina: empapándonos de la Biblia, haciendo lo que ella dice, y observando los resultados, que son para nuestro bien, aunque las consecuencias no parezcan tan favorables. No se requieren lecciones especiales; Dios solamente quiere un corazón obediente y un espíritu dispuesto.
Ora:
Señor, abre mi entendimiento y mi corazón a las enseñanzas que se hallan en Tu Santa Palabra. Que pueda incorporarlas a aquello que soy y a aquello que hago en mi día a día.
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