#EnergiaPositiva
Tenía ocho años cuando perdí a mi abuelo, que por aquel entonces rondaba los 65. Somos una familia muy unida, y aquello fue un golpe duro para todos.
Recuerdo que besé la fría mejilla de Nanu y le dije adiós. Pero algo por dentro me decía que no sería una despedida permanente. Siempre he tenido la ferviente esperanza de volver a estar con él. Cada vez que visitábamos el cementerio lloraba por no poder verlo, tocarlo, hablarle; pero en el fondo tenía la certeza de que nos volveríamos a encontrar. En preparación para esa eventual reunión, pensaba: «Cuando vuelva a ver a Nanu le pediré que me cuente cómo fue esa vez que lo persiguieron unos ladrones armados», o: «Cuando vuelva a ver a Nanu lo retaré por no haberse hecho a tiempo la operación de los riñones». No obstante, con el paso de los años me acostumbré a su ausencia.
Después de la muerte de Nanu, mi abuela, Nana, se convirtió en el corazón de nuestra gran familia. Ahora ella también ha partido. Murió hace poco. Cuando nos reunimos para desalojar su casa, pasé la mano por la colcha de su cama y no pude evitar llorar. En la iglesia a veces miraba el asiento donde ella se sentaba y le preguntaba a Jesús: «¿Por qué?»
Después de unas semanas el dolor se fue disipando y se volvió menos constante, aunque aún estaba presente. Hasta que un día me puse a pensar: «Cuando vuelva a ver a Nana le diré cuánto la echamos todos de menos. Le daré el abrazo que no pude darle en el hospital…»
Entonces me di cuenta de que la promesa de vida eterna no es solo para alimentar las ilusiones de una niña de ocho años, sino que nos brinda consuelo a lo largo de toda la existencia. Los cristianos tenemos una esperanza y una fe imperecedera en que la muerte no es el fin. Dios envió a Su Hijo, Jesús, a la Tierra para que pudiéramos tener vida eterna con Él. Lo único que necesitamos es una fe infantil para creer esa promesa divina.
No sé exactamente cómo continuarán en el Cielo las relaciones que tanto disfrutamos en la Tierra, pero sí sé que nos aguarda vida eterna con Dios. La muerte no es sino la puerta que trasponemos para alcanzarla.
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1 Juan 1:9 (NVI) Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.
Apocalipsis 21:8 (NVI) Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte.»
Gálatas 6:7-8 (NVI) No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
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