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La esencia de la vida cristiana es manifestar el amor de Dios a las personas que Él a diario pone en nuestro camino. Refiriéndose a ello, el apóstol Pablo llegó a decir: «Es el amor de Cristo el que nos apremia». Sean cuales sean las vías concretas que Dios nos indique para transmitir Su amor en nuestra parte del planeta, Él nos ha llamado a ser «la luz del mundo» y dice que «ha de lucir [nuestra] luz ante los hombres, para que, viendo [nuestras] buenas obras, glorifiquen [al] Padre, que está en los cielos».
A lo largo de los siglos, desde los albores del cristianismo, han sido muchas las ocasiones en que los cristianos fueron considerados una fuerza positiva en sus respectivas colectividades, y de esa manera dieron a conocer su mensaje. Incluso cuando las otras personas no adoptaban la fe cristiana ni comprendían la religión que profesaban ellos, incluso cuando la sociedad los persiguió y los difamó, sus gestos amables y sus buenas obras claramente brillaron ante todos y suscitaron en la gente el deseo de entender qué los hacía destacarse tanto del resto. El apóstol Pedro nos aleccionó en ese sentido: «Mantengan entre [los incrédulos] una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación».
Si cada uno de nosotros procura tender la mano a sus vecinos y ofrecer asistencia —de índole espiritual, práctica o de ambos tipos— a las personas con las que Dios hace que entre en contacto, si nos esforzamos por manifestar el amor de Dios a los demás y mejorar su calidad de vida en la medida de nuestras posibilidades, ese buen ejemplo cundirá y será como una «luz sobre el candelero».
Al salir al encuentro de nuestros vecinos y traducir nuestra fe en acciones tangibles que expresen nuestro amor y preocupación por los demás, damos vivo ejemplo del amor de Dios. Aunque no dispongamos de mucho tiempo ni de grandes recursos, podemos brindar apoyo a la comunidad y tomar la iniciativa de satisfacer determinadas necesidades, mostrándonos solidarios dentro de lo posible e interesándonos por el bienestar y la calidad de vida de los demás. Al obrar así, llevamos a la práctica el amor de Dios.
Trata a todos con cortesía, incluso a quienes son groseros contigo; no porque ellos sean atentos, sino porque tú lo eres. Anónimo
El menor acto de amabilidad vale más que la mayor intención. Gibran Jalil Gibran (1883–1931)
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2 Corintios 5:14 (NVI) El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron.
1 Pedro 2:12 (NVI) Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación.
Mateo 5:15 (NVI) Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa.
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