#Devocional
Cuando mi hija era pequeña, una vez la oí rezar pidiéndole a Dios que detuviera la lluvia y que a la mañana siguiente hiciera un día bonito.
Le dije:
—Mi vida, no creo que al Señor le importe que le pidamos que pare la lluvia. A Él le gusta que le hagamos saber nuestras preferencias y deseos, y ha prometido darnos todo lo que necesitamos; pero ten presente que no siempre puede darnos lo que queremos.
Así como hacen falta días de sol, también hacen falta días de lluvia. Si sólo llamamos bonitos a los días de sol, terminamos pensando que los lluviosos son feos. Procuremos, pues, alabar siempre al Señor por el bello día que nos ha dado, sea soleado o lluvioso.
Parecía una enseñanza sencilla y pueril —agradecer tanto la lluvia como el sol—, pero me hizo tomar conciencia de que el tono con que hablamos afecta nuestro estado de ánimo y nuestra perspectiva de la vida. Lamentablemente, muchos nos hemos formado el mal hábito de usar una terminología negativa para referirnos a ciertas situaciones. Si lo que nos proponemos es que nuestra actitud, nuestras reacciones y nuestros pensamientos sean más positivos, también debemos renovar nuestro vocabulario y expresarnos más positivamente; porque es bastante difícil decir que un día es feo y al mismo tiempo pensar bien de él. Para cambiar nuestro modo de pensar sobre ciertas cosas, es preciso que modifiquemos también la forma en que nos referimos a ellas.
El vocabulario que empleamos, las etiquetas que ponemos a las cosas, nuestra forma de expresarnos, todo eso influye mucho en nuestra manera de pensar. Sería bastante difícil considerar inteligente y capaz a un tipo apodado Cabeza de chorlito. Si queremos pensar de manera positiva, hablemos de manera positiva.
No es que esté mal pedirle al Señor que cambie algo —las condiciones climáticas, por ejemplo— por una necesidad o preferencia que tengamos. Si algo es perjudicial o un estorbo, sabemos que Él puede responder nuestras oraciones y modificar la situación. Sin embargo, hasta que eso suceda —y aunque no suceda— debemos conservar una actitud positiva, expresarnos con optimismo y agradecerle lo que nos ha dado.
Las Escrituras nos exhortan a contentarnos cualquiera que sea nuestra situación (Filipenses 4:11). Por un lado, se podría argumentar que si le pedimos al Señor que cambie algo es porque no estamos realmente contentos con las circunstancias. Pero es que no podemos basar toda nuestra vida y filosofía en un solo versículo. Hay que contrapesar un pasaje con otro. Si consideráramos que ese verso nos manda contentarnos siempre, pase lo que pase, jamás nos acercaríamos «confiadamente al trono de la gracia para […] hallar […] el oportuno socorro» (Hebreos 4:16), ni rezaríamos para que alguien sanara (Santiago 5:16). De hecho, nunca oraríamos por nada.
Cuando tengamos la impresión de que algo tiene que cambiar, en primer lugar debemos orar para que ese cambio se efectúe. Al mismo tiempo debemos preguntarle al Señor y plantearnos personalmente si quiere que acompañemos esa oración con alguna acción. Pero una vez que hayamos orado y hecho todo lo que esté a nuestro alcance, mientras esperamos a que Él responda, debemos dar gracias en todo (1 Tesalonicenses 5:18). Si realmente creemos que el Señor es dueño de la situación, debemos contentarnos sea cual sea Su respuesta. Y aunque no se produzca el cambio que solicitamos, tenemos el deber de darle las gracias con la confianza de que «bien lo ha hecho todo» (Marcos 7:37).
Así no nos apasione la lluvia, por ejemplo, podemos estar contentos, seguros de que cada día que Él nos da es «el día que hizo el Señor», por lo cual «nos gozaremos y nos alegraremos en él» (Salmo 118:24).
«Dad gracias en todo» (1 Tesalonicenses 5:18). Debemos dar gracias en toda situación. Si bien uno quizá no diga: «Gracias, Señor, por la tormenta», o: «Gracias por esta sequía», sí puede exclamar: «Gracias, Señor, por otro día de vida».
Si algo malo nos impulsa a orar y nos enseña fe, paciencia, amor y perseverancia, cabe arribar a la conclusión de que no fue malo, porque su mal efecto quedó opacado por el bueno. En la vida, la mayor parte de las cosas tienen su pro y su contra. Cada vez que lo positivo compense con creces lo negativo, podemos y debemos decir que lo ocurrido fue bueno. Y para quienes amamos a Dios y confiamos en Él, siempre es así, pues a la larga Él hace que en todo lo que nos sucede el bien eclipse al mal. «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28).
Ustedes dan gracias a Dios por los alimentos antes de comer. Muy bien. Yo le doy gracias antes del concierto y antes de la ópera, antes de la obra de teatro y antes de la pantomima, y antes de abrir un libro, y antes de ponerme a dibujar, a pintar, a nadar, a hacer esgrima, a boxear, a caminar, a jugar o a bailar, y antes de mojar mi pluma en tinta.—G.K. Chesterton
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Santiago 1:17 (NVI) Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las
Filipenses 4:6 (NVI) No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Lucas 6:38 (NVI) Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.»
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