Cuando terminó, les dijo a todos los israelitas: «Mediten bien en todo lo que les he declarado solemnemente este día, y díganles a sus hijos que obedezcan fielmente todas las palabras de esta ley. Porque no son palabras vanas para ustedes, sino que de ellas depende su vida; por ellas vivirán mucho tiempo en el territorio que van a poseer al otro lado del Jordán.»
Ese mismo día el Señor le dijo a Moisés: «Sube a las montañas de Abarín, y contempla desde allí el monte Nebo, en el territorio de Moab, frente a Jericó, y el territorio de Canaán, el cual voy a dar en posesión a los israelitas. En el monte al que vas a subir morirás, y te reunirás con los tuyos, así como tu hermano Aarón murió y se reunió con sus antepasados en el monte Hor. Esto será así porque, a la vista de todos los israelitas, ustedes dos me fueron infieles en las aguas de Meribá Cades; en el desierto de Zin no honraron mi santidad. Por eso no entrarás en el territorio que voy a darle al pueblo de Israel; solamente podrás verlo de lejos.»
Antes de su muerte, Moisés, hombre de Dios, bendijo así a los israelitas:
«Vino el Señor desde el Sinaí:
vino sobre su pueblo, como aurora, desde Seír;
resplandeció desde el monte Parán,
y llegó desde Meribá Cades
con rayos de luz en su diestra.
Tú eres quien ama a su pueblo;
todos los santos están en tu mano.
Por eso siguen tus pasos
y de ti reciben instrucción.
Es la ley que nos dio Moisés,
el tesoro de la asamblea de Jacob.
El Señor era rey sobre Jesurún
cuando los líderes del pueblo se reunieron,
junto con las tribus de Israel.
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