«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Contra estas cosas no hay ley».
—Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces he de perdonarlo? —le preguntó un hombre a Jesús.
Acto seguido aventuró una respuesta:
—¿Siete veces?
—No; ¡setenta veces siete! —respondió Jesús.
Dicho de otro modo: nunca debemos dejar de perdonar.
¡Eso es amor! Jesús no se refería solamente a perdonar con amor y paciencia a nuestros hermanos, nuestro cónyuge y nuestros amigos íntimos, sino también a jefes y compañeros de trabajo dominantes, a subalternos intratables, a vecinos molestos… es decir, a todos. Esta disposición benevolente es tan contraria a la naturaleza humana que solo puede provenir de Dios.
¿Acaso no nos ha perdonado Dios a nosotros setenta veces siete? Eso debería motivarnos a tratar a los demás con ese mismo amor y misericordia, a fin de que lleguen a conocer a Dios y se acojan a Su perdón?
«El amor es sufrido, es benigno». «El siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen».
El perdón
Muchas personas son recelosas de perdonar porque piensan que si olvidan el mal sufrido no aprenderán de la experiencia. La verdad está más bien en las antípodas: el perdón deshace la opresión o dominio emocional que el agravio ejerce sobre nosotros y nos permite sacar lección de lo ocurrido. Mediante el poder y la inteligencia del corazón, el efecto liberador del perdón da lugar a una expansión de la inteligencia que nos faculta para lidiar más eficazmente con la situación. David y Bruce McArthur, «The Intelligent Heart», 1997
Al momento de perdonar debo abstenerme de guardar algunas balas para más adelante. Debo deshacerme de todos mis explosivos, de todos mis cartuchos de ira y venganza. No debo guardar ningún rencor.
Me resulta imposible cumplir esta exigencia. Supera mi fuerza de voluntad. Puedo pronunciar palabras de perdón, pero no logro hacer gala de un despejado cielo azul sin que en alguna parte se esté formando una tormenta.
Sin embargo, el Dios de la gracia puede hacer lo que a mí me está vedado. Es capaz de mejorar la condición del tiempo. Puede crear un nuevo clima. Puede renovar un espíritu recto dentro de mí, y en esa nueva atmósfera no sobrevivirá nada que pretenda envenenar o destruir. Los rencores morirán, y la venganza será desplazada por la buena voluntad, esa fuerte presencia cordial que se aloja en el nuevo corazón.
John Henry Jowett (1864–1923)
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Gálatas 5:22-23 (NVI) En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.
Mateo 18:21-22 (NVI)
Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
—Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
—No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús—.
1 Corintios 13:4 (NVI) El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.
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