Cuando era joven no le daba tanta importancia; pero ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de la influencia que tuvo en mí la fe de mi padre. Todavía recuerdo con ternura estar de pie en la iglesia junto a él y la impresión que me causaba cuando, con su metro ochenta de estatura, se ponía a cantar himnos de todo corazón.
Soy de familia holandesa, y las canciones favoritas de mi padre eran en su holandés natal. Cuando me independicé y me fui a probar suerte por mi cuenta, siempre me venía a la memoria una canción en particular, sobre todo cuando estaba afligida o preocupada por algo. Una traducción aproximada de la letra sería:
Avanza un pequeño barco
resguardado por Jesús.
Lleva la insignia flameante de la cruz
y va rescatando náufragos.
Aunque el mar esté bravo y confuso
y nos asuste la tormenta,
el Hijo de Dios está en cubierta.
Con Él navegamos seguros.
Al oír esta canción evoco una aventura de mi infancia:
Corría el año 1953, y mis padres habían decidido emigrar de Holanda a los Estados Unidos. Atravesamos el Atlántico en un viejo carguero convertido en barco de pasajeros.
A mis dos hermanos y a mí nos fascinaba estar a bordo de un buque, y nos pasábamos los días explorándolo. Enseguida nos hicimos amigos de toda la tripulación. Yo apenas tenía cuatro años, pero recuerdo el olorcillo característico del barco, mezcla de aceite y alquitrán con brisa marina, y revivo la emoción y la sensación de aventura que me embargaron el día en que abordamos el carguero en Rotterdam.
No teníamos ni idea de la verdadera aventura que nos esperaba. Al cabo de varios días la nave se vio envuelta en una tempestad en el Mar de los Sargazos, en medio del funesto Triángulo de las Bermudas. Las turbulentas aguas revolvieron la abundante capa de algas que da nombre a la zona, haciendo que se enredaran en las hélices del buque. De pronto, la nave se ladeó, arrojando al suelo a los pasajeros, y los muebles se volcaron. A Dios gracias, nadie de mi familia resultó lesionado; pero las hélices quedaron inservibles, y el buque a la deriva en medio de una tormenta oceánica.
Mi padre nos llevó a mis hermanos y a mí al camarote y nos arropó en las literas. Ahora comprendo mejor los pensamientos que debieron de pasar por su cabeza al ver a su incipiente familia atrapada en aquellas aguas traicioneras que a tantos barcos y a tantos marineros se han tragado. En lugar de sucumbir al temor, mi padre rezó con nosotros y entonó aquel himno. Pese a que el mar embravecido zarandeaba el barco, que era de noche y que estábamos a merced de los vientos, nunca tuve miedo.
A la mañana siguiente las aguas se calmaron, y la tripulación logró establecer contacto por radio con el puerto más cercano. Poco después divisamos con júbilo un remolcador negro, macizo, que venía en dirección a nosotros. Arrastró nuestro malogrado carguero hasta el puerto de Newport News (Virginia), donde permaneció dos semanas en un dique seco mientras le practicaban reparaciones.
En mi mente de niña de cuatro años quedaron grabados algunos instantes de aquella peripecia, como por ejemplo la sacudida repentina del buque que me hizo perder el equilibrio, caer rodando y quedar bajo unos muebles, y muy particularmente la sensación de seguridad que me transmitió mi padre cuando rezó y cantó en un tono tranquilizador.
Mi papá nos inculcó fe con su ejemplo de confianza en Dios por muy negras que fueran las circunstancias. Siempre que me he sentido abrumada y acorralada por las dificultades, como si fueran las olas de un tempestuoso mar, he entonado esa cancioncilla. Me anima y me recuerda la fe de mi padre en lo más azaroso de la tormenta.
Fe infantil
Jesús me ama, estoy segura
porque lo dice la Escritura.
No pide un niño demostración;
solo el amor es su aspiración,
y en sus ojitos relucientes
la fe de siglos se siente.
Los chiquillos y chiquillas
que rezan a Dios de rodillas
más cerca están de Su corazón
y mucho más de Su reino son
que los que buscamos mil respuestas
sin hallar otras que las ya expuestas.
Para creer en lo que no vemos,
seamos como los pequeños.
Por lo complejo de la vida
vamos navegando a la deriva,
y la fe se va desvaneciendo
mientras lo material va in crescendo.
Uno aprende mucho, y aún no sabe.
Su mente se torna indescifrable.
Se llena de orgullo y arrogancia,
incapaz de poner su esperanza
únicamente en el Señor
con inocencia y candor.
Padre, te suplico que a los hombres
fe infantil de nuevo les otorgues,
que con la confianza de un niño
vuelva el pueblo a este credo sencillo:
solo la fe nos puede salvar
e inspirar un noble ideal.
Helen Steiner Rice (1900–1981)
—
Proverbios 3:5 (NVI)
Confía en el Señor de todo corazón,
y no en tu propia inteligencia.
Romanos 8:28 (NVI) Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.
Salmos 37:4-6 (NVI)
Deléitate en el Señor,
y él te concederá los deseos de tu corazón.
Encomienda al Señor tu camino;
confía en él, y él actuará.
Hará que tu justicia resplandezca como el alba;
tu justa causa, como el sol de mediodía.
Para comentar debe estar registrado.