#EnergiaPositiva
Cuando tenemos mucho que hacer en muy poco tiempo, es fácil caer en el agobio. Nos parece que no estamos rindiendo lo suficiente o que nuestros avances son muy lentos, así que nos exigimos más. Lo cierto es que cuando nos dejamos apremiar de esa manera, por lo general merman aún más nuestra eficacia y productividad. Lo que empezó como una actividad positiva, para la que nos sentíamos motivados, termina siendo estresante.
El estrés entorpece nuestro progreso de múltiples maneras. Somete a una mayor tensión nuestro sistema nervioso, con lo que disminuye nuestra agilidad mental. Nos lleva a forzar la marcha, lo que nos hace propensos a actuar con menos prudencia y oración y, por tanto, a cometer más errores. Nos resta inspiración. Nos pone de mal humor y nos impide relacionarnos armoniosamente con los demás. ¡Nos quita la dicha de vivir! Dejarnos abrumar por la presión resulta contraproducente desde todo punto de vista.
¿Estrés o serenidad? – Aprender a detectar el momento en que el estrés empieza a afectarnos y tomar entonces medidas sanas para contrarrestarlo es probablemente uno de los hábitos de trabajo más importantes que podemos cultivar. La mejor forma de hacerlo es pedir ayuda a Dios.
Debemos pedirle que nos ayude a detectar las primeras señales. En segundo término, debemos aprender a encomendarle nuestras cargas y preocupaciones y confiar en que Él realizará la labor a través de nosotros, a Su manera y en Su momento. «Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús» (Filipenses 4:6,7 (Biblia didáctica)).
Lo primero es lo primero – ¡El estrés es el enemigo a vencer! Cuando los cristianos nos vemos agobiados por el trabajo, lo primero que solemos postergar es justamente lo que más falta nos hace: nuestros ratos de comunión con el Señor.
En cambio, cuando nos conservamos fuertes y saludables en espíritu, leyendo la Palabra de Dios, meditando en ella y tomándonos tiempo para amarlo y dejar que nos ame, accedemos a uno de los mejores antídotos contra el estrés: la fe. La fe nos permite entender claramente a las personas y abordar las diversas situaciones desde la óptica sobrenatural de Dios. Y conscientes de que Dios es dueño de la situación, tenemos paz.
Acudir a Dios para pedirle ayuda es semejante a abrir la válvula de escape de nuestro espíritu. En cambio, si nos empeñamos en hacerlo todo a base de nuestro esfuerzo individual, la presión se acumula.
Dios se interesa por ti y desea tu felicidad. Quiere que lo incluyas en tus quehaceres. Quiere darte una mano con tu carga de trabajo, y lo hará en la medida en que se lo permitas. Si se lo pides, aligerará increíblemente los pesos que llevas a cuestas. Te calmará los nervios, te infundirá serenidad y te indicará qué hacer.
Dios tiene todas las soluciones – Obviamente, lo mejor es eliminar anticipadamente los factores que prevemos que nos van a generar presiones. Por eso es importante pedirle a Dios que nos ayude a organizar nuestro trabajo. Hazlo antes de empezar la jornada y cada vez que surjan nuevos factores. Él puede inspirarte ideas que te allanen el camino y te simplifiquen de tal modo las cosas que ni siquiera llegues a sentir mucha presión.
Te sorprenderá lo explícito que puede ser el Señor en Sus instrucciones sobre cómo gestionar tu tiempo y abordar tu trabajo. Te dará ideas para hacer las cosas con mayor eficiencia. Te recordará detalles que se te hayan olvidado o que hayas pasado por alto, y hasta te mostrará cosas que no tenías forma de saber, con lo que te ayudará a soslayar muchas complicaciones que te hacen perder tiempo y te causan tensión. Estará a tu lado en los buenos momentos, para brindarte mayor satisfacción y alegría, y también te ayudará a superar los malos dándote orientación y fuerzas.
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Juan 14:27 La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.
Salmos 55:22 Encomienda al Señor tus afanes, y él te sostendrá; no permitirá que el justo caiga y quede abatido para siempre.
Romanos 8:31 ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?
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