#Devocional
Por motivo de nuestra labor voluntaria, viajé de Europa a América Central con mi esposo, Andrew, y nuestra hija Angelina. En Guatemala, Dios nos bendijo con la magnífica oportunidad de sentarnos junto a un apacible lago que en otro tiempo fue un centro de la próspera cultura maya. En aquel ambiente sereno, el mayor acontecimiento del día —tanto para los lugareños como para los turistas— es contemplar el sol ponerse detrás de los tres volcanes que bordean la orilla occidental del lago. Allí los placeres de la vida son sencillos: por ejemplo, nadar en partes del lago donde afloran fuentes termales subterráneas de origen volcánico, creando una curiosa mezcla de agua helada, tibia y muy caliente.
Aunque no tomo café, me fascinó observar cómo se cultiva y cómo se secan, tuestan y muelen los granos con los que finalmente se prepara un delicioso café de intenso color. El aroma me pareció embriagador, y Andrew y Angelina me aseguraron que el sabor era celestial; un brebaje verdaderamente casero, de principio a fin.
Había una curiosa mezcla de turistas liberados transitoriamente de su vida civilizada, su estrés y sus prisas, y mujeres mayas que tejían hermosas telas multicolores, algunas con un niño —hijo, nieto o quizá bisnieto— amarrado a la espalda y dormido plácidamente, o jugando calladito a su lado. ¡Vaya contraste!
Aunque los mayas de hoy se ven obligados a vender sus artículos a extranjeros para subsistir, no permiten que el ajetreo del mundo moderno los contamine. Son un pueblo laborioso; trabajan rítmicamente de sol a sol y producen hermosos trajes típicos. No se dejan arrastrar por la moda, y visten con orgullo sus prendas tradicionales, al igual que sus hijos. No recurren a fármacos, sino que encuentran en árboles y plantas los remedios que necesitan. Las mujeres producen ellas mismas sus cosméticos. (Gracias al champú de hierbas que les compré, mi cabello luce mejor que con cualquier producto comercial que haya probado, ya fuera o no de hierbas.)
Sentada bajo las palmeras que la brisa mecía suavemente, mientras oía el romper de las olas en la orilla del lago y contemplaba la puesta del sol, me sentí en la gloria, como si me hubieran llevado al Cielo para mostrarme una de las razones por las que fui creada: para disfrutar de todo aquello.
La jet set, los ambiciosos y otros por el estilo consideran atrasados a los mayas; pero yo no estoy tan convencida de que sea así. La velocidad y el estrés le restan alegría a la vida, alegría que podemos recuperar yendo más lento y ajustando nuestros objetivos a los de Dios.
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2 Timoteo 3:16 (NVI) Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia,
1 Tesalonicenses 2:13 (NVI) Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes.
Isaías 40:22 (NVI) Él reina sobre la bóveda de la tierra,
cuyos habitantes son como langostas.
Él extiende los cielos como un toldo,
y los despliega como carpa para ser habitada.
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