#EnergiaPositiva
Los cristianos que se interesan por crecer espiritualmente reconocen que dedicar tiempo a leer y asimilar la Palabra de Dios es de vital importancia. La Biblia nos habla de Dios y Su amor por la humanidad, de Jesús y Su mensaje, y nos enseña a vivir en armonía con Dios y el prójimo.
Reservar cada día un espacio para leer la Biblia nos da la oportunidad de conectarnos con Dios. Nos prepara para recibir Su instrucción, Su guía y Su ayuda para sortear los problemas y dificultades de la vida. Nos recuerda el código moral por el que debemos regirnos y nos proporciona orientación cuando nos vemos ante una disyuntiva. Se trata de un elemento clave para quienes anhelan ser como Jesús, pues la Biblia nos transmite Sus enseñanzas, nos muestra Su ejemplo de amor y nos conduce a una relación con el Padre, hecha posible gracias al sacrificio del Hijo.
Todos los días nos vemos desbordados por una andanada de información de muy diversas fuentes que influye en nosotros en uno u otro sentido. El hecho de dedicar un rato diariamente a leer lo que Dios ha dicho nos permite navegar en medio de ese torbellino de datos. Agudiza nuestra capacidad espiritual de distinguir la verdad de la mentira. Hace que nos resulte más fácil centrarnos en lo que es importante para llevar una vida realmente feliz, con paz interior y en consonancia con Dios y Su voluntad.
Nos ayuda a superar todo lo que la vida nos depara. Permanecer en la Palabra de Dios nos pone en contacto continuo con Su Espíritu. «Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida».
Hacerse tiempo para leer a diario no es tarea fácil. Requiere autodisciplina. Al igual que los ejercicios y las actividades de entrenamiento que nos mantienen en forma y nos llevan a mejorar nuestro desempeño, dedicar con regularidad cierto tiempo a la lectura de las Escrituras vigoriza nuestro espíritu y nos hace cristianos más fuertes, bien cimentados en la verdad y el amor de Dios. La conexión que establecemos con Dios nos ayuda a seguir la guía del Espíritu en nuestras relaciones cotidianas y en las decisiones que tomamos, y nos capacita para permanecer firmes ante la tentación.
No hay fórmula fija para saber cuánto necesitamos leer a diario ni qué porciones de la Biblia debemos leer. La clave está en reservar un tiempo para hacerlo y perseverar en ello aun en días de mucho trajín. Tener un plan de lectura de la Biblia y ceñirte a él puede ayudarte a persistir en la tarea y seguir adelante cuando te topes con las porciones más difíciles. También conviene que dispongas de una buena traducción moderna con la que te sientas a gusto.
Lo ideal es leer en un ambiente libre de distracciones, tal vez por la mañana en un lugar tranquilo, antes que comience la jornada; o tarde por la noche cuando merma la actividad cotidiana. El silencio y la quietud facilitan la meditación en lo que se lee. Y si no encuentras ningún momento para recogerte tranquilamente, lee sobre la marcha en cualquier rato que se te presente, o escucha una grabación de la Biblia durante tus desplazamientos. Si bien es una lucha cumplir el compromiso de leer y estudiar la Biblia, es algo que tendrá un efecto palpable en tu vida.
Cuando leas la Biblia o escuches a alguien hablar de ella, es importante que te preguntes qué te quiere decir Dios a través de lo que lees u oyes. Si un pasaje te llama la atención, vuelve a leerlo. Pondéralo; pregúntate por qué te llamó la atención y qué se propone decirte el Señor por medio de él. Él anhela hablarnos directamente, y al meditar en lo que leemos creamos la oportunidad de que Su Palabra nos hable al corazón.
Dedica ratos a comulgar profundamente con Dios por medio de Su Palabra. Te transformará.
Digestión
A veces la soledad es mejor que la compañía y el silencio más sabio que la conversación. Seríamos mejores cristianos si pasáramos más ratos a solas, esperando en Dios y acumulando fuerzas para Su servicio por medio de la meditación en Su Palabra. Hemos de cavilar sobre las cosas de Dios para extraer de ellas verdadero alimento.
Nuestro cuerpo no se sustenta por el mero hecho de introducir alimentos por la boca. Es por la digestión que asimilamos los alimentos. Nuestra alma no se nutre atendiendo un poco a esta parte de la verdad divina, y luego otro poco a esa y otro poco a aquella. Para que escuchar, leer, señalar y aprender sean actos verdaderamente provechosos, debemos digerir interiormente; y la digestión de la verdad consiste mayormente en meditar en ella.
Sea este nuestro propósito: «En Tus mandamientos meditaré». Adaptación de un texto de Charles Spurgeon
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