#Devocional
Recientes investigaciones arrojan que nueve de cada diez conductores admiten haber sufrido ataques de ira de diversa intensidad mientras manejaban. Las reacciones iban desde tocar la bocina desenfrenadamente y hacer gestos obscenos, hasta atacar físicamente a otras personas. Las conductas agresivas al volante causan un tercio de los accidentes de tránsito. Es muy posible que el profeta Nahum viera este fenómeno de la era moderna en una visión que tuvo hace unos 2.600 años. En efecto él escribió: «Los carros se precipitarán a las plazas, con estruendo rodarán por las calles» (Nahum 2:4).
Naturalmente, la ira no es nada nuevo, ni se circunscribe al ámbito de la conducción de automóviles. Una molestia por una cuestión insustancial puede fácilmente causarnos irritación —a todos nos ha pasado—, luego enojo, y a la postre llevarnos a montar en cólera. Cuando eso sucede, normalmente no deriva en nada bueno, ni para nosotros ni para quienes nos rodean.
La Biblia narra un caso muy interesante de un patriarca que perdió mucho por motivo de la ira. Después que Moisés sacó a los israelitas de Egipto, estos se vieron obligados a sobrevivir durante años en el desierto. En cierta ocasión en que necesitaban agua con apremio, Dios le dio instrucciones a Moisés para que hablara a una roca y le prometió que de ella brotaría el agua. Moisés, sin embargo —corto de paciencia por las quejas incesantes de los israelitas a pesar de todos los milagros que Dios ya había obrado por ellos para protegerlos y proveer para sus necesidades—, no se limitó a pronunciar las palabras que Dios le había mandado que dijera, sino que golpeó la roca exasperadamente. El agua brotó tal como Dios había dicho, y todos pudieron saciar su sed. No obstante, aquel arranque intempestivo le costó caro a Moisés. Dios le dijo: «Por cuanto no creísteis en Mí —la impaciencia de Moisés puso de manifiesto su falta de fe en que todo resultaría bien si simplemente hacía lo que Dios le había ordenado—, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado». Como consecuencia, al final no se le permitió entrar a la Tierra Prometida; tuvo que contentarse con divisarla desde un monte cercano antes de morir (Números 20:7,8,10-12; Salmo 106:32).
El emperador y filósofo romano Marco Aurelio escribió: «¡Cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera […] que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos!» Además de los conflictos que nos causan con nuestros semejantes, las investigaciones médicas demuestran que, entre otros perjuicios, las emociones negativas pueden dañar nuestro sistema vascular, aumentar las probabilidades de sufrir un infarto y reducir nuestra resistencia a las infecciones.
Lo bueno es que no tenemos por qué seguir transitando por la ruta de la ira. Es posible alcanzar la paz interior: sólo tenemos que hacer una pausa, rezar y conservar una actitud positiva.
¿Cuál es la alternativa?
1. Haz una pausa para ver las cosas objetivamente.
Yo diría que en alguna ocasión todos nos hemos sentido rechazados o heridos por palabras o actos de otra persona. Esos desplantes nos duelen o nos afectan más o menos según cuál sea nuestra cercanía con la persona en cuestión. Cuando nos sentimos muy dolidos, muchas veces nos cuesta pensar racionalmente. Por naturaleza tendemos a endurecernos, desanimarnos en extremo, desesperarnos, enojarnos con el otro o tomar represalias. La cuestión es que, como uno está dolido, con frecuencia no ve objetivamente la situación. Sin embargo, la forma en que reacciona en el momento influye mucho en las consecuencias a largo plazo.—María Fontaine
Cuando estés por perder los estribos a tal punto que tengas ganas de gritar, si puedes apártate de la situación unos momentos. Respira hondo, procura ver las cosas con objetividad y vuelve a hacerles frente cuando hayas recobrado la serenidad.—Perlas de Sabiduría
Procura tener en cuenta la transitoriedad de las cosas. Toda experiencia difícil a la que te enfrentes en este momento, toda circunstancia que tienda a enfadarte y amargarte, pasará con el tiempo.—Jim Henry
El mejor remedio para la ira es el tiempo.—Séneca el Joven
2. Pide ayuda a Dios.
Al final de cada jornada haz una pausa y reflexiona. Si albergas en tu corazón enojo o algún otro sentimiento negativo, desembarázate de él. Haz una oración y pide a Dios que te libre de ese disgusto. Lo hará.—Perlas de Sabiduría
Es importante que no te cierres a los demás ni a la vida, y que eches esas ansiedades sobre Jesús (1 Pedro 5:7). Cuéntaselo todo a Él, desahoga tu corazón. Deja que Él lleve la carga, los problemas, los pecados, los errores ajenos, todo. No puedes llevar a cuestas el peso del mundo. Encomiéndaselo todo a Jesús y pídele que te fortalezca y te ayude a superar la tónica negativa con la que por naturaleza respondes a las circunstancias adversas. Una vez que lo hagas, sanará tu corazón y revitalizará tu espíritu.—David Brandt Berg
¿Te da a veces la impresión de haber caído en un profundo hoyo? Peor aún, ¿te da la sensación de que te están echando tierra encima? Puedes darle la vuelta a la situación levantando la vista al Cielo. Verás que el Señor te acompaña en todo momento. Toma Su mano. Pídele que te saque del hoyo y que te ayude a entender lo que se propone lograr con lo ocurrido. Jesús puede ayudarte a ver desde Su perspectiva lo que sucede a tu alrededor. Puede brindarte tranquilidad y evitar que se apodere de ti el pánico. Luego puede ayudarte a dar con soluciones para salir triunfante de la fosa en que caíste y emprender la marcha hacia un mañana más prometedor.—Chloe West
Al presentarte ante Dios, tranquilízate y despreocúpate de todo. Puedes hacer eso precisamente porque Dios está presente. En Su presencia nada más importa; todo está en Sus manos. La tensión, la ansiedad, la inquietud, las contrariedades, todo eso se desvanece delante de Él como la nieve bajo el sol.—James Borst
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera; porque en Ti ha confiado.—Isaías 26:3
3. Esfuérzate por adoptar una actitud positiva.
Ojalá logre olvidar todo lo que debo olvidar, y recordar sin falta todo lo que debo recordar, todo detalle bondadoso, desechando lo que pueda producirme escozor.—Mary Carolyn Davies
Al momento de perdonar debo abstenerme de guardar algunas balas para más adelante. Debo deshacerme de todos mis explosivos, de todos mis cartuchos de ira y venganza. No debo guardar ningún rencor (Levítico 19:17,18).
Me resulta imposible cumplir esta exigencia. Supera mi fuerza de voluntad. Puedo pronunciar palabras de perdón, pero no logro hacer gala de un despejado cielo azul sin que en alguna parte se esté formando una tormenta.
Sin embargo, el Dios de la gracia puede hacer lo que a mí me está vedado. Es capaz de mejorar la condición del tiempo. Puede crear un nuevo clima. Puede renovar un espíritu recto dentro de mí (Salmo 51:10), y en esa nueva atmósfera no sobrevivirá nada que pretenda envenenar o destruir. Los rencores morirán, y la venganza será desplazada por la buena voluntad, esa fuerte presencia cordial que se aloja en el nuevo corazón.—J.H.Jowett
La batalla se libra en el terreno de la mente. «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7), dice la Biblia. Por supuesto, los que recalcan la importancia de tener una mentalidad positiva llegan bastante lejos con esa actitud, pero no tanto como si pidieran a Dios que los transformara mediante Su poder milagroso. «Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).—María Fontaine
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.—Efesios 4:31,32
4. Traduce tus pensamientos positivos en buenas acciones.
Existe una estrecha relación entre pensar como corresponde y obrar como corresponde. Hay que obrar y vivir con una actitud victoriosa, y dejar que el cambio se manifieste en las acciones de uno, no solo en sus pensamientos. Si uno ha orado para librarse de la ira, por ejemplo, debe aceptar la victoria no solo albergando pensamientos positivos, sino también actuando en consecuencia. Aunque actuar de esa manera nos resultara imposible antes, si ejercitamos nuestra fe intentándolo, Jesús sale a nuestro encuentro. Lo que antes no podíamos hacer se vuelve posible, porque el Señor obra en nosotros la transformación. Si hacemos lo que Él nos indique día tras día para vivir de una manera nueva, el cambio se evidenciará cada vez más en nuestra forma de obrar y reaccionar y nuestra vida cotidiana.
No basta con tener una mentalidad positiva. Hay que convertir los pensamientos en hechos. Hay que traducirlos en actos positivos. Nuestra nueva mentalidad combinada con una conducta que refleje la victoria que nos da el Señor nos permite ir de poder en poder.—María Fontaine
Si sabéis esto, felices seréis si lo practicáis.—Juan 13:17 (LBLA)
—
Salmos 37:8 Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites, pues esto conduce al mal.
Santiago 1:20 Pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.
Proverbios 15:1 La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego.
Para comentar debe estar registrado.