#EnergiaPositiva
Hace poco una amiga mía pasó por una experiencia traumática. Una mordida de un
perro le arrancó un trozo de dedo mientras estaba en el trabajo. Semanas de dolor,
cirugías, yesos, pastillas, anestesia… y el drama no acababa. Su dedo quedó en un
estado de shock. Cualquier ligero roce le ocasionaba nuevos dolores. Parecía casi
paralizado.
Dos meses después la acompañé a la clínica fisioterapéutica para una de sus
sesiones semanales. Para entonces tenía el dedo inerte a raíz del trauma. Iba a
requerir muchas semanas de suaves flexiones y otros movimientos para recuperar
su función normal.
Mientras aguardaba sentada, observé a los pacientes en la sala de fisioterapia.
Elongaban, levantaban pesas, se ejercitaban. Los había de todas las edades y,
como cada uno había sufrido una lesión distinta, los terapeutas los asistían con
programas personalizados.
Todos sufrimos golpes en algún momento de la vida, tanto físicos como mentales y
espirituales… y a veces de los tres tipos simultáneamente. Cuando nos sobreviene
una crisis, nuestra fe se resiente y podemos entrar en un estado de shock, en el que
nos parece imposible movernos y mucho menos avanzar.
La sala de fisioterapia me recordó lo frágiles que somos. Dependemos de
profesionales que nos asistan y nos orienten. Porque confiamos en que saben lo que
hacen y conocen lo que necesita nuestro cuerpo, nos entregamos al proceso de
sanación.
Del mismo modo, Dios desea fortalecer nuestra fe, sanar nuestras heridas y sosegar
nuestro espíritu. Basta con que le demos la oportunidad. «El Señor oye a los Suyos
cuando claman a Él pidiendo auxilio; los rescata de todas sus dificultades. El Señor
está cerca de los que tienen quebrantado el corazón; Él rescata a los de espíritu
destrozado. La persona íntegra enfrenta muchas dificultades, pero el Señor llega al
rescate en cada ocasión». Además prometió: «Bástate Mi gracia; porque Mi poder
se perfecciona en la debilidad».
No siempre podemos evitar las circunstancias que sacuden nuestra fe. Son cosas
de la vida, y no hay por qué tenerles miedo. Siempre que regresemos a la sala de
fisioterapia, a los brazos invitadores del Creador, y nos nutramos de Su Palabra,
encontraremos el consuelo que necesitamos y las fuerzas para recuperar la salud y
el movimiento.
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