LO QUE SABE LA FE

#EnergiaPositiva

A primera vista puede parecer que algunos personajes de la Biblia estaban muy
seguros de sí mismos, que tenían una confianza absoluta. Frente a esa fe
aparentemente inquebrantable, podemos sentirnos un poco inseguros de nuestra
propia fe.

Eso se debe a que vemos los milagros de los que ellos fueron testigos con la
perspectiva que da el paso del tiempo. Sin embargo, tratemos de ponernos en su
lugar. Tengamos en cuenta lo imposible que debió de parecerles la situación en ese
momento, cuando el desenlace todavía se desconocía.

Pensemos, por ejemplo, en los tres hebreos cuando estaban a punto de ser
arrojados a un horno encendido por no inclinarse y rendir culto a la imagen de oro
que Nabucodonosor había mandado erigir. Puede darnos la impresión de que
estaban pletóricos de confianza cuando comparecieron ante la máxima autoridad del
mayor imperio de su época, seguros de que no les pasaría nada en aquel horno. Sin
embargo, ¿no podría ser que también tuvieron que sobreponerse al miedo y a la
incertidumbre de lo que les podía suceder?

Es verdad que su amigo Daniel poseía mucho poder e influencia, y quizá habría
podido defenderlos y rescatarlos. En todo caso, no se hace mención de él en ese
pasaje. Posiblemente se encontraba de viaje en otra parte del imperio. Sadrac,
Mesac y Abednego estaban solos y tuvieron que dar la cara por sus convicciones
ante un rey que se consideraba Dios, rodeado de celosos consejeros de la corte
para quienes la presencia de los hebreos representaba una amenaza. Aquellos
asesores indignados probablemente contribuyeron a provocar la ira del monarca
contra los tres hebreos.

A pesar de la osada declaración de Sadrac, Mesac y Abednego en el sentido de que
confiarían en Dios pasara lo que pasara, está claro que eran humanos, y propensos
a los mismos temores que cualquiera de nosotros abrigaría si tuviera que enfrentarse
a una situación tan espeluznante.

La fe no es la ausencia de temor; es lo que vence el temor. Me aventuro a decir que
a los tres hebreos les horrorizaba lo que estaba a punto de sucederles; así y todo,
tenían claro lo que debían hacer. Su fe a todas luces no se basaba en alguna
suposición de que su cuerpo milagrosamente sería inmune al calor y al fuego; por lo
menos no es eso lo que se entiende de las palabras que pronunciaron y que
quedaron consignadas en la Biblia.

Dijeron: «Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos
del horno y de las manos de Su Majestad. Pero aun si nuestro Dios no lo hace así,
sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos su estatua».

No sabían lo que ocurriría, pero tenían fe en que Dios era dueño de la situación. Su
fe se basaba en la seguridad de que, pasara lo que pasara, Dios tenía un designio
bien claro, y en la confianza de que Él cuidaría de ellos como mejor le pareciera. No
pusieron condiciones según lo que ellos consideraban que sería mejor. No le dijeron
al rey que sus cuerpos no se quemarían. Sabían que Dios podía hacer cualquier
cosa, pero no basaban su fe en que los libraría de quemarse en el horno. Su fe
reposaba en el poder y el amor de Dios, no en el desenlace que a juicio de ellos
sería el mejor.

Sabemos que Dios, en última instancia, lo corregirá todo en la otra vida, pero eso no
disminuye el ahogo de afrontar quizás experiencias muy dolorosas o incluso la
muerte. En este momento no tenemos que lidiar con la otra vida, sino con el
presente.

Es posible que tengas miedo de lo que te espera. Tal vez te parezca que nada
puedes hacer para arreglar la situación en que te encuentras. De todos modos, la
intervención de Dios en tu vida no depende de la confianza que tengas en ti, sino de
tu fe en Él y tu confianza en Su poder ilimitado, Su bondad y Su amor. No es
necesario que creas que siempre sucederá lo que quieres que pase. Basta con que
creas que Dios puede producir el desenlace ideal en el momento que le parezca más
conveniente y a Su manera, si no en esta vida, en la otra, porque confías en Él.

La fe sabe lo más importante: que Dios nunca nos dejará ni nos abandonará.

Ninguno de nosotros sabe lo que nos deparará el futuro. Las más de las veces
desconocemos si tal revés que hemos sufrido o tal situación que nos aflige se
resolverán en un minuto o en un mes, o si perdurarán toda la vida. Nuestra fe no
puede estar fundada en ciertos resultados que esperamos que se produzcan y que
tendrían sentido para nosotros. Lo que sabe la fe es que Jesús no nos dejará sin
consuelo. Él estará con nosotros en el fuego, como estuvo con Sadrac, Mesac y
Abednego.

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