#EnergiaPositiva
Las dos de la tarde. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza. Acababa de salir de la última cita que tenía aquel día y de repente me di cuenta de que casi no llevaba dinero encima, ni tenía una tarjeta de débito. Me encontraba en un centro comercial y necesitaba tomar un autobús para ir a la academia de canto, pero no me alcanzaba para pagar el pasaje. Ni siquiera tenía para llegar a casa.
Comencé a dar vueltas, nerviosa, preocupada, fastidiada. ¿Cómo me había metido en aquel atolladero?
En ese instante, en medio de mi turbación, oí una voz conocida.
—Detente y escucha.
—Escuchar ¿qué? —respondí.
—Escúchame a Mí. Fíjate en lo alterada que estás. Lo peor que puedes hacer es seguir adelante si no sabes qué hacer.
Decidí prestarle atención a Jesús.
—De acuerdo. Tienes razón. No sé qué hacer.
—Confía en Mí.
No tenía nada que perder, así que oré:
—Jesús, en verdad quiero confiar en Ti. Te ruego que me ayudes.
Huelga decir que lo que yo quería era que me cayera algún dinero del cielo.
—No tiene que ser una cantidad muy grande, lo suficiente para llegar a la academia y luego volver a casa.
Miré al suelo. Nada.
—Confía en Mí —me volvió a decir—. Todavía falta mucho para que empiece tu taller de canto.
—¿Falta mucho?
No estaba segura.
Aminoré el paso para demostrar más confianza, y también con la esperanza de tranquilizarme. Mi exasperación se fue disipando. Hasta me puse a cantar interiormente. La voz parecía indicarme por dónde debía dirigirme y en qué esquinas debía doblar dentro de aquel gigantesco centro comercial.
De pronto vi a Joy y a Honey sentadas en un restaurante delante mismo de mí. Las había conocido unas semanas antes. Son las únicas modelos gemelas que hay en esta ciudad. Me saludaron con la mano, contentas de que se hubiera producido aquel encuentro fortuito.
Aunque… ¿fue realmente casual?
Una hora después, me despedí de ellas. No me cabía duda de que Jesús había dejado caer dinero del cielo, pero a Su modo: Joy me pidió que les hiciera un retrato a lápiz e insistió en pagármelo en el acto.
Ya tenía el dinero que me hacía falta. Llegué temprano al taller y, como era de esperar, también llegué a casa sin contratiempos. Estaba en deuda con aquella delicada voz.
Ahora, cuando estoy ofuscada y me pongo a pensar: «¿Cómo me he metido en este lío?», lo único que tengo que hacer es detenerme, escuchar y pedir ayuda a Jesús.
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Salmos 40:1 – Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
Salmos 37:7-9 – Guarda silencio ante el Señor, y espera en él con paciencia; no te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados.
Isaías 40:31 Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán.
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