En un vuelo que tomé hace unos meses me fijé en una niña de unos diez u once años sentada al otro lado del pasillo, en diagonal. Tenía un enorme cuaderno para colorear de lo más bonito que su mamá evidentemente le había conseguido para el vuelo. En la misma fila había otra niña de más o menos la misma edad; su papá iba sentado detrás de ella. Esa otra niña no tenía libro para colorear; es más, no tenía nada para entretenerse durante el vuelo.
La del cuaderno estaba de lo más ocupada coloreando y tenía todas sus crayolas desparramadas sobre la mesita. A la otra, pobrecita, se le iban los ojos. Tan mal me sentí por ella que oré para que la primera se diera cuenta y se animara a dejarle una hoja de su bonito cuaderno. Dicho y hecho: al ratito vi que la niña había arrancado una hoja y se la había entregado a su vecina. Además, le estaba prestando sus lápices de cera.
Me incliné hacia adelante por el pasillo y le dije a la niña que me parecía muy lindo que hubiese compartido su libro de colorear. Se le iluminó la carita, complacida de que alguien hubiese notado su gesto. No sé qué efecto a largo plazo pueden llegar a tener las pocas palabras que le dije, pero quisiera creer que la próxima vez que esa niña tenga que decidir si prestar o no alguna cosa, se acordará de la señora que se sintió orgullosa de ella porque tomó una decisión acertada.
Todo el mundo anhela que le den ánimo. Estoy convencida de que Dios quiere alentar a las personas, pero en muchos casos necesita que seamos nosotros los portadores de ese ánimo. Si consideras que no puedes ser muy generoso por falta de tiempo, de energías, de habilidad o de dinero, porque te parece que tienes muy poco, no te preocupes: a la mayoría nos pasa lo mismo. No obstante, todos podemos practicar la generosidad con nuestras palabras de ánimo, y así propagar el amor de Dios donde sea que estemos. En cinco minutos podemos tener un efecto positivo en un paradero de autobús, en el metro, al cruzar la calle, en una tienda, en el trabajo, en el colegio, en línea, cuando salimos a dar un paseo y en miles de circunstancias más. No es necesario que lo que digamos sea profundo ni elocuente: basta con palabras sencillas que satisfagan la necesidad de amor, esperanza, trascendencia y consuelo que tenga la persona a quien se las dirigimos.
Podemos preguntarnos: «¿Qué podría decirle a esta persona que la ayude, que le levante el ánimo, que haga que se sienta halagada, apreciada, valorada, y la convenza de que lo que hace es valioso?»
A todo el mundo le gusta sentirse valorado, sentir que lo que aporta es significativo. A lo mejor nuestras palabras de aliento no representan sino un paso en la larga senda que recorre una persona. Es posible que su efecto sea evidente, y es posible que nunca lo veamos; pero lo importante es que seamos generosos con nuestras expresiones de aliento. El amor nunca falla, de modo que si nuestras palabras no logran hacer mella inmediatamente en una persona, la verdad es que da igual. Lo principal es que la gente se sienta amada, apreciada y valorada. Es un honor andar por la vida practicando la amabilidad.
Hasta un encuentro breve con una persona se presta para hacer un comentario oportuno, para decirle algo que le dé seguridad y le recuerde que en este mundo hay gente buena y amable que se preocupa por los demás. A su vez, eso quizá la haga pensar en el Hombre que fue un modelo de amor y que inspira esas cualidades. Y si no, tal vez sea como sembrar o regar una semillita que se cosechará más adelante.
¿Alguna vez te has detenido a pensar qué proporción de Su vida dedicó Cristo a realizar actos de bondad, puros y simples actos de bondad? Repasa Su vida pensando en esto y verás que estaba gran parte del tiempo sencillamente procurando hacer felices a los demás, haciéndoles favores.
Dios nos ha dado la capacidad de hacer felices a los que nos rodean, y esa felicidad se labra con gestos de bondad.
«Lo mejor que puede uno hacer por su Padre celestial —dijo alguien— es ser amable con algunos de Sus hijos». Yo me pregunto: ¿Por qué será que no somos más amables, más bondadosos? ¡Cuánto necesita el mundo actos de bondad! ¡Con qué facilidad se pueden practicar! ¡Los efectos son instantáneos! ¡Una acción amable deja un recuerdo imborrable! Y el pago es superabundante, pues no hay en el mundo deudor tan honorable, tan supremamente honorable, como el Amor. Henry Drummond (1851–1897)
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Proverbios 30:5 (NVI)
»Toda palabra de Dios es digna de crédito;
Dios protege a los que en él buscan refugio.
Salmos 28:7 (NVI)
El Señor es mi fuerza y mi escudo;
mi corazón en él confía;
de él recibo ayuda.
Mi corazón salta de alegría,
y con cánticos le daré gracias.
Salmos 34:4 (NVI)
Busqué al Señor, y él me respondió;
me libró de todos mis temores.
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