18 de Diciembre: La esperanza que no perece

Escucha:

Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos…Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová. (Ezequiel 37:11,14)

Piensa:

El reino de Judá no escuchó la voz de la gracia, así que recibió el látigo de la disciplina. El pueblo del pacto fue desarraigado de su tierra y llevado en cautiverio. Perdieron su nacionalidad, su libertad, su templo, sus lazos. Ahora estaban en una tierra extraña, bajo un pesado yugo. El pueblo estaba desolado y sin fuerzas. Era como un valle lleno de huesos secos. No había vida ni esperanza de renovación. El profeta Ezequiel es transportado en espíritu a ese valle marcado por la muerte.

Una pregunta resonó en sus oídos: «Hijo de hombre, ¿puedes revivir estos huesos? El profeta respondió: «Señor Dios, Tú lo sabes. Esos huesos eran la casa de Israel» Toda la esperanza del pueblo había perecido. Muchos ya habían muerto en cautiverio. Otros se habían aculturado en Babilonia. El presente era doloroso y el futuro incierto. Pero Dios sopló en ese valle de huesos secos y levantó un ejército desde allí. Dios restauró a su pueblo y lo sacó del cautiverio babilónico.

El Señor puede restaurar nuestro pasado y bendecir nuestro futuro, siempre que nos aseguremos de llevar las únicas cargas importantes: las cargas de hoy. El ayer y el mañana ya están en Sus manos y no nos pertenecen, por ello lo que nos queda entonces es levantarnos de las adversidades del hoy, aprender de los errores de hoy, confiar en el poder del Señor, hoy.

Dios puede, ahora mismo, restaurar tu vida y reavivar tu esperanza. Aunque estés vestido de saco y cenizas, disparado por el dolor, puede levantarte del estercolero y hacerte sentar entre príncipes, siempre que confíes de corazón en Su misericordia infinita, en Su perfecto poder.

Ora:

Señor, restáurame de mi pasado y bendice mi futuro. Dame la disciplina y el carácter para llevar con mis fuerzas las cargas de hoy. Mi ayer y mi mañana son tuyos, decido ponerlos en Tus gloriosas manos. Amén.

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