30 de Septiembre: Intenciones puras

Escucha:

Sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. (1 Tesalonicenses 2:4)

Piensa:

Una de las marcas de este período incierto que transitamos ha sido el infortunado derrumbe de las estructuras que durante siglos han mantenido en pie a la familia. En una cultura en la que somos testigos de un notable deterioro en la capacidad de construir relaciones sanas con el semejante, las bases que la sustentan se ven comprometidas.

El resultado de esta insuficiencia es que llegamos a la adultez sin poseer las herramientas necesarias para edificar relaciones robustas y maduras. Nuestro acercamiento al prójimo está viciado por el egoísmo y la urgencia de encontrar en otros lo que deberíamos haber recibido en el entorno de nuestro propio hogar de origen.

Este apremio muchas veces yace escondido en lo más profundo del subconsciente. Enturbia, de manera inevitable, las aparentes buenas intenciones con las que nos acercamos a los demás. Nos conduce hacia relaciones donde el objetivo siempre es sacarle algo a la otra persona. El beneficio anhelado puede ser la aprobación de los demás, el cultivar vínculos que apacigüen el dolor subyacente que
atormenta nuestra existencia o, incluso, el sacarle un rédito económico al prójimo.

El apóstol Pablo no desconocía esta tendencia, tan antigua como la existencia del ser humano mismo. Por esto, se siente en la necesidad de aclararle a la iglesia de Tesalónica: «Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo»

La exhortación de Pablo es una muestra de cuán maravillosa es la preciosa libertad que alcanzamos cuando el Señor nos libra de la necesidad de agradar o usar a los hombre No necesitamos que los demás piensen bien de nosotros. No requerimos su aprobación, porque hemos decidido vivir buscando agradar a Aquél que está por encima de todo imperio humano. Hemos entendido que toda valoración humana está construida sobre presupuestos frágiles y apreciaciones defectuosas. Solamente nuestro buen Padre celestial ve con absoluta nitidez las intenciones y las motivaciones escondidas de nuestro corazón. Por esto, su opinión es la única que realmente tiene peso. Saberlo nos hace libres de la aprobación o desaprobación de los demás.

Ora:

Señor, quita de mi corazón el egoísmo que pueda poner en riesgo las relaciones que disfruto con las personas que más amo. Líbrame de las maniobras que tienen como objetivo conseguir que las cosas sean siempre como yo quiero. Enséñame a amar como tú amas, buscando lo mejor para los demás, aun cuando signifique que yo deba sacrificar mis más profundos anhelos. Amén

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