Bumerán

Recuerdo la primera vez que fui al circo de niña. Me quedé boquiabierta al ver los espectáculos simultáneos que se presentaban en las tres pistas. En una había animales amaestrados; en otra, unos acróbatas que daban saltos y volaban por los aires. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue lo de la tercera pista. Una chica y un muchacho arrojaban unas armas de colores brillantes que, después de cruzar la pista, volvían a sus manos. Cualquiera que fuera la dirección en que tiraban esos artefactos, describían una curva y retornaban rápidamente a los jóvenes artistas, que los atrapaban y volvían a lanzarlos.

Yo los miraba atónita.

—Son bumeranes —dijo alguien a mi lado.

Era la primera vez que oía esa palabra, y la archivé en mi joven memoria.

Huelga decir que desde entonces la he oído muchas veces. También he observado cómo se cumple el efecto bumerán. De hecho, la vida misma es un bumerán. La Palabra de Dios dice: «Cada uno cosecha lo que siembra». Cada palabra o acción que arrojamos regresa un día a su lugar de origen. Sea buena o sea mala, vuelve hacia nosotros, en muchos casos con más ímpetu del que tenía inicialmente.

Una mañana visité a dos señoras en el mismo hospital. La habitación de la primera estaba llena de flores, de tarjetas y de todo tipo de regalos de amigos y conocidos. Le habían llovido atenciones y gestos de cariño y empatía. Era un reflejo de su propia vida, pues a lo largo de los años había sembrado amor y consideración. En aquel momento de necesidad todo aquello le estaba siendo retribuido.

En otra habitación, al final del pasillo, se hallaba la otra mujer, sola. Estaba tan suspicaz, criticona y absorta en sí misma como siempre, acostada con la cara vuelta hacia la pared, una pared tan dura, fría y vacía como los muros que había construido en derredor de sí toda su vida.

¡Qué ambiente tan diferente en una habitación y en la otra! El bumerán había retornado a ambas mujeres, pero de formas muy distintas.

«Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes». Todo el que se conduzca desinteresadamente, preocupándose de los demás y procurando aligerar sus cargas, aliviando su dolor y contribuyendo a satisfacer sus necesidades, algún día verá volver el bumerán en forma de bendiciones.

Gálatas 6:7 (NVI) No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra.

Lucas 6:38 (NVI) Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.»

Gálatas 1:10 (NVI) ¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo.