Chicos seguros de sí mismos

#Devocional

Los padres que se preocupan de los progresos que hacen sus hijos en cada etapa de su desarrollo —como es el caso de la mayoría— deben tomar conciencia de lo importante que es la imagen que éstos tengan de sí mismos. En efecto, los que tienen una impresión favorable de sí mismos, que se consideran capaces de sacar buen puntaje en la escuela de la vida, tienen muchas más posibilidades de lograrlo.

Es en el hogar donde una persona se forma su primer concepto de sí misma y de su capacidad. Todos los días los padres tenemos ocasión de reforzar la confianza en sí mismos de nuestros hijos, lo que con el tiempo redundará en que lleguen a ser personas bien adaptadas y equilibradas.

Resolución de problemas

Los padres muchas veces se sorprenden de lo hábiles y recursivos que son sus hijos para resolver sus propias dificultades; basta con ofrecerles un poco de orientación. Todos los chicos se enfrentan a situaciones complicadas: es parte integral de su desarrollo. Encarando esos retos adquieren experiencia en la resolución de problemas, un elemento esencial para tener éxito en la vida. Aunque requiere tiempo y paciencia ir guiándolos para que aprendan a salir de los aprietos por sus propios medios, es una excelente inversión que da grandes dividendos cuando crecen y se ven en situaciones más complejas en las que hay mucho más en juego.

Así y todo, los padres somos muy proclives a intervenir para sacar a nuestros hijos rápidamente de los apuros o facilitarles las soluciones. Puede que eso sea satisfactorio en el momento, pero entorpece el proceso de aprendizaje. Viene a cuento el dicho: «Quien recibe un pez como limosna volverá a tener hambre, pero no quien aprenda a pescar». Enseñar a los hijos a superar obstáculos resulta a la larga más importante y beneficioso que darles las soluciones en bandeja. Además, así uno les manifiesta que tiene fe en ellos, lo que aumenta su autoestima y seguridad en sí mismos.

De esa misma manera procede Dios con nosotros. Podría allanar todas nuestras dificultades en menos que canta un gallo; no obstante, las más de las veces espera que analicemos el asunto, sopesemos las distintas opciones y hagamos lo que podemos antes de intervenir Él y resolver lo que está fuera de nuestras posibilidades. Nos hace participar en la búsqueda de la solución y nos va conduciendo pasito a pasito, no para dificultarnos las cosas, sino para que maduremos por medio de la experiencia.

Inseguridad

Independientementede cuánto amemos a nuestros hijos y cuánto nos esmeremos en satisfacer sus necesidades, siempre surgirán situaciones que los hagan sentirse inseguros. En muchos casos esa inseguridad deriva en problemas de conducta.

Aunque es preciso corregir la mala conducta, si los padres no entienden qué la indujo, el correctivo puede ser más perjudicial que otra cosa. ¿Fue la mala conducta consecuencia del deseo innato que tienen los chicos de experimentar, una travesura que en el momento parecía inocente o divertida? ¿O fue motivada por la inseguridad, por el ansia de sentirse aceptado, impresionar o ganar amigos, por ejemplo después de mudarse a un nuevo vecindario o cambiar de colegio? La mala conducta no es más que un síntoma. Limitarse a aplicar una medida disciplinaria es pretender eliminar una mala hierba cortándole el tallo: tarde o temprano reaparecerá. Es preciso que los padres determinen la raíz del asunto, la causa subyacente, y se aboquen a resolverla.

Hay que ayudar al chico a llegar a sus propias conclusiones, siempre teniendo en cuenta su edad y madurez y abordando el conflicto desde un ángulo positivo, es decir, concentrándose en las soluciones y no en los problemas. Puede que eso no sea fácil cuando los ánimos están caldeados, pero recordemos que el objetivo es remediar lo que anda mal, no castigar. Al establecer una clara distinción entre el problema y el menor, y luego motivar a éste a aprender de lo sucedido, es posible mejorar su valoración de sí mismo en lugar de socavarla, aun en situaciones de tinte irremediablemente negativo.

No todos se portan mal cuando se sienten inseguros; algunos se retraen o rinden por debajo de su capacidad. De todos modos, independientemente de cómo se manifieste la inseguridad, el primer paso para rectificar el problema es reconocerlo; y el segundo, buscar la causa del mismo con un enfoque positivo.

Respeto mutuo

Cuando existe respeto entre padres e hijos, se fortalecen los lazos de amor. Se acentúan la unidad, la obediencia y el aprecio.

En el seno de una familia, la consideración, la comprensión, la amabilidad, la voluntad de escuchar y la comunicación cordial son todas señales de respeto. Si quieres ganarte el respeto de tu hijo, muéstrate respetuoso con él.

Los chicos aprenden por observación e imitan lo que ven. Si hay falta de respeto, probablemente ésta tiene su origen en los padres, en los amigos o en otras influencias, tales como la televisión, las películas o los videojuegos. La mitad de la batalla se gana reduciendo esas influencias negativas; la otra mitad, estableciendo pautas claras en cuanto a lo que se espera de los chicos y exigiéndoles que las cumplan.

¿Qué significa respetar a los hijos?
* Dar a cada uno un trato personalizado.
* Ser sensible a sus sentimientos; ponerse en su lugar.
* Evitar el trato despectivo o la burla cuando cometen un disparate.
* No hacerles pasar vergüenza adrede.
* Pedirles o proponerles que hagan tal o cual cosa en lugar de darles órdenes.
* Prestar atención cuando hablan y escuchar bien lo que dicen, sin apresurarse a emitir una opinión.
* Tratarlos como si fueran un poco más maduros de lo que son.
* Considerar seriamente sus ideas y contribuir a que se materialicen.

Evitar malentendidos

A veces parece que los chicos deciden portarse mal en los peores momentos. Ahora bien, en algunos casos ni siquiera es que se porten mal, sino que su comportamiento nos molesta. Cuando los padres están estresados, preocupados por cuestiones del trabajo o por otros asuntos, cuando no se sienten bien o simplemente no están de buen humor, es casi inevitable que su estado de ánimo afecte su relación con sus hijos. Es fácil que pierdan la paciencia por cosas que en circunstancias normales se permitirían o se pasarían por alto —un ruido un poco fuerte o demasiado alboroto, por ejemplo— y que reaccionen con palabras ásperas, castigos inmerecidamente severos o miradas amenazantes que dejan a los chicos confundidos.

Normalmente éstos no tienen una perspectiva global de las cosas. Por eso, en muchos casos se adjudican una cuota mayor de culpa de la que se merecen cuando los padres pierden los estribos. Eso puede llevarlos a sacar conclusiones muy perjudiciales: «Mamá preferiría que yo no estuviera aquí», «Papá no me quiere», «No sirvo para nada».

Esos malentendidos socavan la confianza que tienen en sí mismos, por lo que hay que evitarlos. En vez de explotar, procura explicarles por qué te molesta su comportamiento en ese momento. «Me encantaría oírte cantar esa canción otra vez, pero ahora mismo estoy conduciendo y tengo que concentrarme». «Me duele la cabeza. Te voy a pedir que no hagas eso ahora mismo». Y si no alcanzas a refrenarte a tiempo, siempre puedes hacer después una aclaración y pedirles disculpas. Al darles la oportunidad de contribuir a la solución, puedes cambiar el cariz de una situación potencialmente dañina.

Reforzadores positivos

El elogio es un motivador de primera. A los chicos les encanta que digan cosas buenas de ellos. Es más importante alabarlos por su buena conducta que regañarlos por su mal comportamiento.

Eso no significa que no haya ocasiones en que toque amonestarlos y corregirlos. Pero si aprendemos a evitar las situaciones engorrosas aplaudiendo lo que hacen bien y empleando otros reforzadores positivos, aumentaremos la estimación que tienen de sí mismos y nos sentiremos menos irritados, agotados y desanimados al final de la jornada. Es una estrategia en la que todos salen ganando.

Cuanto más te concentres en las cualidades y aspectos positivos de tus hijos, más razones hallarás para alabarlos y menos tendrás que reprenderlos por su mal comportamiento. El elogio fomenta una conducta que justifica más elogios.

Elogia a tus hijos con frecuencia, sinceridad y originalidad, siempre ateniéndote a la verdad. Por ejemplo, si emprenden algo nuevo y obtienen resultados desastrosos, elogia el esfuerzo, no el desenlace. O si pretendían darte una sorpresa, pero fallaron en el intento, agradéceles su gesto de cariño. Procura siempre resaltar el lado positivo de las cosas y convertir lo bueno en memorable.

Proverbios 22:6 (NVI) Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.

Éxodo 20:12 (NVI) »Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios.

Romanos 13:2 (NVI) Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo.