EL STAR DUST

Si bien ha transcurrido más de un decenio desde que salió la noticia, me sigue fascinando la historia de un avión comercial que desapareció misteriosamente durante un vuelo regular.

Fue en 1947. Un avión de pasajeros británico bautizado Star Dust despegó de Buenos Aires con destino a la capital chilena, un viaje que hubiera debido durar menos de cuatro horas. La ruta sobrevolaba la cordillera de los Andes. El capitán y el primer y segundo oficial eran pilotos con experiencia en misiones de combate con la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial. La aeronave, un Avro Lancastrian, era idónea para realizar ese trayecto.

Hombres fiables y una excelente máquina.

El Star Dust envió su posición por radio a las 17:00 al pasar cerca de Mendoza. Aunque la tierra seguía visible, las montañas estaban cubiertas de nubes. Hasta entonces todo parecía ir de acuerdo a lo previsto. A las 17:41 el piloto se comunicó con la unidad de control de tráfico aéreo de Santiago, para anunciar que el vuelo llegaría en apenas cuatro minutos.

De ahí en más… silencio. El avión simplemente desapareció. Por años no se encontraron restos de la nave, ni hubo la menor indicación —ninguna pista— de lo que le había sucedido al Star Dust, con sus cinco tripulantes y seis pasajeros.

Un halo de misterio rodeó el incidente durante más de 50 años, al cabo de los cuales, en un glaciar situado en lo alto del volcán Tupungato, uno de los más altos de Sudamérica, se encontraron finalmente los restos del avión siniestrado. Este no había llegado a las afueras de Santiago como pensaba el piloto, sino que estaba a 80 kilómetros de distancia cuando se accidentó, del otro lado de la cordillera.
¿Qué falló? Los investigadores creen haber dado con las respuestas.

El Star Dust había comunicado a la unidad de control de tráfico aéreo que tenía la intención de subir a 24.000 pies (unos 7.300 m) con el fin de evitar una borrasca. Parecía una decisión acertada y sensata. Lo que no sabían era que estaban a punto de toparse con un fenómeno meteorológico invisible. Las corrientes en chorro son fuertes vientos que soplan a grandes altitudes a más de 160 kilómetros por hora, en sentido oeste-este. Sin embargo, solo se producen por encima de los sistemas climáticos normales. En 1947, muy pocas aeronaves volaban a suficiente altura para encontrarse con una corriente en chorro, por lo que el fenómeno todavía era bastante desconocido.

La BBC informó que, al ascender y comenzar a adentrarse en la corriente en chorro, el Star Dust sufrió una impresionante pérdida de velocidad sin que la tripulación se percatara de ello.

El efecto de la corriente en chorro fue catastrófico. Confiando en que había dejado atrás los Andes, el piloto —Reginald Cook— inició el descenso, seguro de que cuando el Star Dust emergiera de las nubes estaría sobrevolando el aeropuerto de Santiago. En realidad descendían en línea recta hacia el volcán Tupungato, todavía oculto entre las nubes. Faltaban escasos segundos para el siniestro. Frenado por la corriente en chorro, el Star Dust se dirigió irremediablemente hacia el glaciar cubierto de nubes.

Se cree que el avión se estrelló contra una pared vertical de hielo, causando una avalancha que enseguida lo cubrió de nieve y lo ocultó. A lo largo de varias décadas los restos del avión fueron descendiendo por el glaciar hacia el sector inferior cubierto de rocas. Y ahí donde el glaciar se derrite, por fin el Star Dust volvió a hacerse visible.

Tras examinar los restos se concluyó que el avión se encontraba en perfecto estado de funcionamiento. Al parecer volaba con toda normalidad hasta el momento fatal en que se estrelló de frente contra el glaciar.

No se culpa a la tripulación del Star Dust. Por muy profesionales, competentes y experimentados que fueran, no tenían forma de saber que la corriente en chorro los frenaba y por ende alteraba todos sus cálculos de navegación.

A pesar de nuestros más nobles esfuerzos por surcar los cielos de la vida, por obrar bien y cumplir fielmente nuestras obligaciones, nunca podemos saber a ciencia cierta por dónde soplan lasinvisibles corrientes en chorro, ni cómo evitarlas. La verdad es que en muchos aspectos andamos a ciegas. No tenemos la capacidad ni los conocimientos de navegación para prever el futuro y evitar los peligros.

Así, pues, mientras seguimos avanzando aprovechando todo el saber y los recursos de que disponemos, es importante que mantengamos una estrecha relación con Dios, que es omnisciente y nos ofrece un infalible sistema de navegación. No tenemos por qué caminar en la oscuridad, pues Jesús nos asegura: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

1 Pedro 2:9 (NVI) Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Hechos 2:38 (NVI) —Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo.

Proverbios 3:6 (NVI)
Reconócelo en todos tus caminos,
y él allanará tus sendas.