INCENDIOS FORESTALES

Durante las últimas décadas, violentos incendios forestales han barrido las zonas boscosas de Norteamérica, devastando enormes extensiones y muchas veces destruyendo barrios enteros. Eso es algo relativamente nuevo. Aunque en cierta medida el fuego siempre ha contribuido al equilibrio ecológico, estos incendios de descomunales proporciones empezaron a producirse en épocas más o menos recientes.

En un pasado no muy lejano, los incendios recorrían esporádicamente los bosques; pero no solo dejaban un humeante rastro de devastación, sino que también traían vida. El fuego transforma en tierra fértil la capa de vegetación muerta que cubre el suelo del bosque, un proceso que, de no ser por el fuego, tomaría decenios. Los árboles podridos caen por efecto del rugido del fuego, dejando espacio en el dosel arbóreo para arbolillos más sanos. Las piñas de los pinos liberan sus semillas al entrar en contacto con el calor, dando origen a nuevos árboles. Ese proceso es tan beneficioso que las tribus nativas americanas solían prender fuego a los bosques con regularidad para que se conservaran fuertes.
Las cosas comenzaron a cambiar a principios del siglo XX. Algunos conservacionistas con buenas intenciones declararon que el fuego era el principal enemigo del bosque. Lo que no advirtieron en ese momento era que, en su afán de evitar la destrucción de los bosques, estaban sentando las bases para incendios mayores y más devastadores.

Los incendios naturales producían una quema ligera y superficial, dejando los árboles chamuscados pero vivos; en cambio, los nuevos incendios que comenzaron a ocurrir eran otra historia. Alimentadas por yesca amontonada durante años, las llamas alcanzaban las copas de los árboles más altos, acabando con ellos en cuestión de minutos y produciendo ensordecedores crujidos. El calor acumulado creaba un fenómeno climático: las tormentas ígneas, masas de aire abrasador que prenden fuego a las zonas forestales en cuestión de segundos y se desplazan más rápido que una persona corriendo.

Poco a poco los ingenieros forestales comenzaron a entender la magnitud del perjuicio que estaban causando a la naturaleza. Ahora —casi un siglo más tarde—, la postura favorable a permitir los incendios está ganando adeptos.

Con frecuencia nos empeñamos en eliminar todo sufrimiento de nuestra vida, sin darnos cuenta de que así nos causamos un mal mayor. Es fácil olvidar que las dificultades y las pruebas son parte integral de la vida y pueden tener efectos positivos. Adoptamos la mentalidad de que los apuros son señal de que algo anda mal en nuestra vida, de que la buena suerte de alguna manera nos elude o de que Dios se ha apartado de nosotros.

Cristo echó por tierra ese razonamiento al afirmar que tanto el bien como el mal están generosamente distribuidos por el mundo, sin reparar en las inclinaciones religiosas o morales de las personas. «[Dios] hace salir Su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos». Él no es una suerte de Papá Noel que solo lleva regalos a los niños buenos.

«En el mundo tendréis aflicción», dijo Jesús. Dicho de otro modo, los problemas no son golpes de mala suerte, sino que los tenemos garantizados. En realidad nuestras tribulaciones pueden ayudarnos a revaluar nuestra vida, despojarnos de mentalidades anacrónicas y descubrir lo que queremos priorizar.

Las dificultades ya son bastante onerosas de por sí, sin necesidad de agregar una carga de culpa. Podríamos crecer mucho más si aceptáramos las adversidades como experiencias didácticas, como momentos de profundo significado que nos preparan para ayudar a otros. Dios «nos conforta en todos nuestros sufrimientos de manera que también nosotros podamos confortar a los que se hallan atribulados, gracias al consuelo que hemos recibido de Dios».

Mateo 5:45 (NVI) para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos.

Juan 16:33 (NVI) Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.

1 Pedro 4:12-13 (NVI) Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele la gloria de Cristo.