LAS SEMILLAS DE UN JARDÍN

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Paseando por uno de los jardines botánicos de Calcuta (India), me cautivaron los colores vivos y radiantes de las flores. Por unas horas me sentí transportado a un mundo magnífico, lejos del bullicio de la ciudad. Al salir pasé por la oficina para felicitar al personal por el buen trabajo que habían hecho en la disposición y el cuidado de las plantas.

Ese día se encontraba el director, quien se mostró muy abierto a entregarme información sobre el lugar. Me enteré de que el misionero William Carey fundó la institución en 1820 —es la más antigua de ese tipo en toda la India— con el objeto de prestar una ayuda práctica a la población de la ciudad. Vio que los campesinos de la zona empleaban semillas de poca calidad y técnicas agrícolas ineficientes. Quiso mejorar sus medios de subsistencia y ayudarlos a tomar conciencia de «la capacidad del suelo para enriquecer casi indefinidamente a una nación», según sus propias palabras.

Carey aspiraba a mucho más que la simple siembra y exhibición de flores bonitas. Reunió plantas casi extintas, cuidándolas en el jardín de la institución para asegurar su conservación. Asimismo importó de diversos países el maíz, el algodón, el té, la caña de azúcar y el quino, e introdujo en esa región de la India el concepto de los cultivos a gran escala. Logró convencer a otros de las bondades de su plan, y la sociedad que creó fue la primera en introducir una amplia variedad de cereales, cultivos industriales, frutales, verduras y otras plantas.

Me llamó la atención que el legado de Carey haya perdurado casi dos siglos desde que se le ocurrió la idea. El concepto de ese jardín fue algo muy innovador; probablemente tuvo que superar muchos obstáculos y se enfrentó a no poca oposición. Sin embargo, continuó con su labor, además de cuidar a su esposa enferma, de traducir la Biblia a varios idiomas regionales y de intentar abolir el rito del satí (inmolación de las viudas).

El jardín fue trasladado varias veces hasta que finalmente, en 1870, se estableció en su actual ubicación, donde ha sobrevivido a guerras, disturbios, sequías y catástrofes. Los extensos terrenos en que se encuentra se han avaluado enormemente y son ahora un costoso bien inmueble en el centro de la ciudad. Estoy seguro de que muchos querrían que se les diera un uso más rentable como parte de algún plan de urbanización. Sin embargo, el jardín se ha convertido en un gran atractivo de la ciudad y es poco probable que muera a manos de la codicia. Pretender desarrollar un proyecto así hoy en día, en ese mismo lugar, sería una tarea monumental, por no decir imposible. Gracias a la previsión de Carey y a su ardua labor hace tantos años, la gente puede disfrutar hoy de un pequeño paraíso terrenal.

Esa visita me llevó a tomar conciencia de que lo que hacemos ahora puede tener enormes repercusiones en el futuro y en las generaciones venideras. El trabajo de Carey en el jardín es una muestra del legado que podemos dejar. Él persiguió un ideal, el cual ha dado mucho fruto, tanto en sentido literal como figurado. A veces no apreciamos plenamente la magnitud de la influencia que ejercemos. Cada vez que entramos en contacto con una persona y la ayudamos, se inicia una reacción positiva que se va extendiendo a lo lago del tiempo. Todo jardín se empieza roturando el suelo y plantando la primera semilla.

Dejemos huella
La vocación de todo hombre y de toda mujer es servir a los demás.
León Tolstói (1828–1910)

«A mí me gustaría contribuir a la vida con algo de belleza —dijo Ana en tono soñador—. No me interesa tanto que la gente sepa más […], aunque reconozco que esa es la más noble aspiración […]. Me encantaría lograr que la gente tenga una vida más agradable gracias a mí, que disfrute de pequeñas alegrías o de pensamientos felices que nunca habría tenido de no haber nacido yo».
Ana Shirley en «Ana, la de Avonlea», de Lucy Maud Montgomery (1874–1942)

Imagínate al agricultor. Acaba de terminar un año difícil; se preocupa por el futuro. ¿Será mejor la cosecha del año que viene? Por muy descorazonado que esté, no puede quedarse en la casa, sentado a la mesa de la cocina, ensimismado en su taza de café. Tiene que pensar en el futuro y en su familia.

Así que se levanta y sale vacilante a sembrar. Vendrán vientos, caerá lluvia, brillará el sol. Con el tiempo crecerán los cultivos, y él volverá a su casa mucho más feliz, sabiendo que la cosecha está a salvo en el granero.

De no haber visualizado los resultados, jamás habría salido a sembrar. De no haber salido, no habría habido cosecha. Abandonemos nuestra zona de confort y salgamos a alcanzar nuestras metas, aun cuando sean difíciles. Así dejaremos huella.
Chris Hunt

Gálatas 5:7-9 (NVI) Ustedes estaban corriendo bien. ¿Quién los estorbó para que dejaran de obedecer a la verdad? Tal instigación no puede venir de Dios, que es quien los ha llamado. «Un poco de levadura fermenta toda la masa.»

1 Pedro 2:12 (NVI) Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación.

Proverbios 9:9 (NVI)
Instruye al sabio, y se hará más sabio;
enseña al justo, y aumentará su saber.

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