Hacía un tiempo estupendo, y la mayoría de mis amigos aguardaban con ansias el fin de semana para distenderse y pasarla bien. Yo no. Había estado enferma y me había atrasado en los estudios. Tenía por delante una montaña de trabajos, informes y tareas que terminar antes de fin de mes. Me sentía sobrecargada y anímicamente descargada.
Al cabo de varias horas de intenso trabajo y pocos progresos, se me ocurrió que quizá pasando un rato al aire libre se me levantaría la moral; así que me fui a pasear a un parque cercano. Aunque normalmente las zonas verdes y los caminos están tranquilos, en aquella ocasión estaban repletos de familias. Por todos lados se escuchaban risas y un alegre bullicio.
Llevaba un rato caminando cuando me llamó la atención el grito de entusiasmo de un niño. Me volví y vi a un señor jugando a la pelota con su hijito, que tendría unos tres años. El pequeño corría alocadamente, pateando y persiguiendo el balón sobre la hierba. Muchas veces ni siquiera lograba hacer contacto con él, y se le escapaban muchos de los pases que le hacía su padre. Sin embargo, jugaba con tanta pasión y entusiasmo que me arrancó una sonrisa.
Después de observarlos un rato noté algo raro en el brazo derecho del papá. Si bien movía el resto del cuerpo con naturalidad mientras corría y pateaba la pelota, la mano y el brazo derechos le colgaban inmóviles a un costado. Con soltura y desparpajo hizo señas a su hijo con el otro brazo y le pasó una vez más el balón.
Cuando el sol comenzó a ponerse, emprendí el regreso a casa. La risa contagiosa de los dos futbolistas me resonaba aún en los oídos. No creo que aquel padre se considere un gran maestro de vida; pero ese domingo por la tarde, sin darse cuenta, me animó mucho. Su ejemplo de alegría y sencillez redujo mis problemitas a su justa dimensión y me motivó a afrontar las dificultades con ese mismo espíritu de fe y valor.
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Santiago 1:2-4 (NVI) Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.
Filipenses 4:6 (NVI) No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Hebreos 13:5 (NVI)
Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho:
«Nunca te dejaré;
jamás te abandonaré.»
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