PEDIR NO CUESTA NADA

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En la oscuridad de una mañana invernal, partí rumbo a la universidad. Estudio a distancia, pero necesitaba conseguir el pase mensual del bus, una tarjeta brillante que me permite hacer conexiones de transporte a lo largo de la jornada y a la vez recortar en gastos de locomoción.
Había planificado el viaje con precisión. La universidad queda en la otra punta de la ciudad. Tenía que llegar, comprar el abono, regresar y llegar a tiempo al trabajo. Apenas había dejado un pequeño margen de tiempo para demoras, pues los buses son muy puntuales, y en Internet viene indicado el horario de atención del quiosco.

Llegué al quiosco diez minutos antes de la hora, así que me senté en un banco cercano a esperar. Llegó la hora de abrir, y no pasó nada. El quiosco permanecía a oscuras, con las persianas cerradas. Pasaban los segundos y seguía sin abrir.

Fui al centro de estudiantes y pregunté si tenían información de que el quiosco fuera a abrir más tarde. No, no había habido ningún anuncio de cambios en el horario de atención, y la información que había en la pared del quiosco coincidía con la publicada en Internet. Lo máximo que podían hacer era ofrecerme un lugar donde esperar. Alguien pensaba que el quiosco abriría a las 9:00, pero para entonces yo ya tenía que estar en el trabajo. No me servía.

Me senté en el centro de estudiantes, fastidiada. Al cabo de unos minutos de refunfuñar para mis adentros, advertí que había alguien en el quiosco, preparándose para abrir.

Mi primer pensamiento fue: «Explícale tu situación y pídele por favor que te atienda».

El segundo fue: «Está claro que el quiosco todavía no ha abierto».

«No tienes nada que perder—insistió la voz del primer pensamiento—. Tú pídeselo».

Eso hice. Me dirigí al mesón, le expliqué mi situación a la señora que estaba detrás de las persianas y le pregunté si podía comprar el abono aunque todavía no hubiera abierto oficialmente.

—Por supuesto —me respondió mientras me pasaba el datáfono a través de los barrotes.

Pagué el abono, le di las gracias y me fui. Llegué al trabajo justo a tiempo.

Fue de lo más sencillo. ¿Cuántas respuestas, cuántas oportunidades me habré perdido por no preguntar? Puede que no haya respuesta o solución en todos los casos; pero en general no tengo nada que perder y posiblemente mucho que ganar si simplemente pregunto.
Es un principio que también se aplica a nuestra relación con Dios: «No tienen porque no piden. Pidan y recibirán».

Santiago 4:2 (NVI) Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden.

Juan 16:24 (NVI) Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.

Efesios 2:8-9 (NVI) Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.

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