VER A JESÚS

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Hace unos años se realizó una serie de experimentos con unos perros a los que se les había enseñado a dar la mano. Los canes obedecían con gusto, así recibieran o no un premio. No obstante, los investigadores descubrieron que si los perros veían que se premiaba a uno de sus compañeros y a ellos no, a partir de ese momento vacilaban cuando se les daba la orden, y a la postre desistían de cooperar. Los animales se daban cuenta de que recibían un trato injusto y se disgustaban. Si hasta los perros se percatan cuando algo no es justo, ¡cuánto más las personas cuando no se las trata con imparcialidad!

En Deuteronomio 25:13,14 se nos advierte: «No tendrás en tu bolsa dos pesas diferentes, una más pesada que la otra. Tampoco tendrás en tu casa dos medidas diferentes, una más grande que la otra». En términos muy simples, Dios nos insta a tratar a las personas con equidad y no hacer trampa. Por otra parte, pienso que ese mandato tiene una aplicación más amplia.

¿No llevamos a veces pesas diferentes en nuestra bolsa? ¿No es cierto que a veces tratamos con mucha amabilidad a quienes más estimamos y con muy poca a las personas con quienes no congeniamos o a quienes no conocemos tan bien? ¿Con cuánta frecuencia somos parciales con algunos e indiferentes con otros?

Ofrecemos una sonrisa y unas palabras de aliento al amigo y tratamos con desdén al compañero que nos fastidia.

Estamos prestos a echar una mano a un compinche necesitado, pero siempre tenemos la agenda llena cuando nos solicita ayuda alguien que no goza de nuestras simpatías.

Gustosamente prestamos o incluso regalamos dinero a un amigo que está en un apuro, pero hacemos la vista gorda con el indigente de la esquina.

Si bien existen razones por las cuales no es posible prestar ayuda en toda situación o tratar siempre por igual a los demás, creo que muchas veces francamente pecamos de parcialidad. En lugar de decir: «¿Por qué habría yo de ayudar a esa persona o ser amable con ella?», debiéramos preguntarnos: «¿Por qué no?»

Si bien es lógico suponer que Jesús tenía mayor intimidad con Sus discípulos, por ejemplo, que con otras personas, al examinar Su vida se nota que trataba a todos con respeto y consideración, así fueran funcionarios del gobierno o parias leprosos, dirigentes religiosos o jornaleros. Todavía más admirables eran Su bondad e imparcialidad con quienes lo despreciaban, lo afrentaban o se ensañaban con Él, e incluso con los que lo mataron.

Personalmente, se me hace difícil ser imparcial, porque para ello debo olvidarme de mí misma. Los seres humanos somos por naturaleza calculadores y dados a sopesar en los recovecos de nuestra mente qué utilidad tendrá para nosotros cada sacrificio que hacemos. Tendemos a favorecer a los que probablemente nos devolverán nuestros gestos de buena voluntad, favores y actos amables; pero es fácil soslayar el compromiso cuando son pocas las probabilidades de obtener algo a cambio.

La madre Teresa fue una de esas personas que no hacía favores por interés. Se entregaba a los más pobres de los pobres, seres que nada podían darle a cambio de todo lo que ella hacía por ellos. También se relacionó con celebridades y jefes de estado. Lo que más me impacta de su vida es que trató a todo el mundo con el mismo respeto y amor. No se guardaba su amabilidad y sus consideraciones para las personas importantes.

Una vez le preguntó a un obispo que estaba de visita:

—¿Le gustaría ver a Jesús?
Acto seguido lo condujo ante un hombre que yacía en un camastro negro. Estaba enfermo y demacrado. Tenía el cuerpo cubierto de bichos.
Anonadado, el obispo vio cómo la madre Teresa se arrodillaba y abrazaba al menesteroso. Lo estrechó contra ella y dijo al obispo:
—Aquí lo tiene. ¿No dijo Jesús que lo hallaríamos en los más insignificantes de la Tierra?

La madre Teresa consideraba que toda persona es digna de amor, sin distingos, pues ella veía a Jesús en cada ser humano.

Jesús dijo que todo lo que hacemos o dejamos de hacer por el «más pequeño» de los seres humanos se lo hacemos o dejamos de hacer a Él. Solo en casos excepcionales se nos pide que manifestemos amor en condiciones físicas tan extremas como las que encontró la madre Teresa; las más de las veces nos toca lidiar con los desaires de los demás y con nuestros propios prejuicios e indiferencia. Independientemente de las difíciles situaciones que se nos presenten, nuestro objetivo debe ser amar sin condiciones, de forma que un día Jesús nos diga satisfecho: «Eso que hiciste por los demás, a Mí me lo hiciste».

Efesios 4:32 (NVI) Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.

Marcos 6:34 (NVI) Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas.

Génesis 6:6 (NVI) se arrepintió de haber hecho al ser humano en la tierra, y le dolió en el corazón.

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