El auto no paraba de serpentear cuesta arriba, y yo, impaciente, me preguntaba si nuestro amigo no habría construido su casa en la cima misma de la montaña. Iba con mi hermana y dos amigos, y llegamos a nuestro destino ya bajo el manto de la noche. Sin embargo, hasta en la oscuridad la montaña parecía tener vida.
Nuestro anfitrión nos condujo al balcón por unos escalones oscuros e inestables. La vista nos dejó boquiabiertos. Abajo, a lo lejos, se divisaba, hermosísima, la ciudad de Iskenderun (Turquía). Luces centelleantes de todos los colores bordeaban el mar Mediterráneo, como si un ángel hubiese tomado un puñado de estrellas y las hubiese esparcido en la noche.
Lo mejor de todo, el silencio.
A la mañana siguiente me desperté con el canto de las aves y una suave brisa que se colaba por la ventana. Nuestro anfitrión nos llevó a tomar un desayuno tradicional: queso de cabra, salchicha asada, pimientos sofritos, aceitunas sazonadas… todo indescriptiblemente fresco. Un arroyo bajaba por entre los pinos y pasaba al lado de nuestra mesa.
Dos muchachos con la camisa medio fuera de los pantalones y las mejillas manchadas de fruta nos vendieron una bolsa de ciruelas. Tenían una sonrisa encantadora. Como si se pasaran el día entero jugando al sol y correteando por los senderos del bosque. Entablamos conversación con ellos, y noté que los ojos se les iluminaban y cada vez sonreían con más ganas.
Solo estuvimos un fin de semana en esa casa. Cuando nos fuimos, me habría gustado llevarme conmigo la tranquilidad de la montaña.
Mientras yacía en la hierba y dejaba que los bichitos caminaran sobre mis dedos, recordé que hubo ocasiones en que hasta Jesús tuvo que distanciarse del trabajo y del ajetreo que lo solía rodear para establecer comunicación con Su Padre. Según consta, con bastante frecuencia lograba apartarse a un lugar tranquilo1. Por otra parte, me imagino que hubo situaciones en las que no le fue posible hacer eso y no le quedó otra salida que retirarse en espíritu a la montaña.
¿Ha cambiado eso en la actualidad? Hoy el mundo es igual de caótico y estresante —o en todo caso más— que hace miles de años. Todos tenemos dificultades a veces. Nuestra fe y nuestra paciencia se ven puestas a prueba. Hay momentos en que no podemos más. No damos la talla, la embarramos.
En cualquier caso, la decisión es nuestra. Podemos elegir entre permanecer en el valle y regresar en espíritu a la montaña. Algunos se conforman con una existencia opaca, pero tras haber saboreado lo celestial, ¡yo volveré a la montaña!
–
Marcos 1:35 (NVI) Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.
Marcos 6:46-47 (NVI) Cuando se despidió, fue a la montaña para orar.
Al anochecer, la barca se hallaba en medio del lago, y Jesús estaba en tierra solo.
Lucas 5:16 (NVI) Él, por su parte, solía retirarse a lugares solitarios para orar.
Para comentar debe estar registrado.